Nuestros «muchos pecados»

Resumen

Meditemos cuidadosamente en las palabras que usamos en nuestras oraciones para no transmitir una idea equivocada.

Seguramente usted habrá notado que muchas de las oraciones públicas en nuestras asambleas frecuentemente tienen un patrón similar, algunas veces con palabras similares que siguen un orden similar y un ritmo parecido a un cántico litúrgico. Se puede pensar que algunas veces las palabras y sus definiciones pueden sonar extrañas en el vocabulario regular, pero nosotros estamos acostumbrados ya que hemos oído tales oraciones muchas veces y por muchos años. De vez en cuando, la oración termina tan pronto como comienza, lo cual puede causar que el que ora y el que escucha no puedan discernir adecuadamente lo que se está diciendo.

Desde luego, una razón de la similitud de las oraciones públicas se relaciona a que nosotros (y la gente alrededor nuestro) generalmente tenemos las mismas necesidades, y frecuentemente oramos por las mismas cosas. Sin embargo, las oraciones públicas deben ser significativas para los que oran como también para los oyentes. Personalmente, cada vez que dirijo alguna oración pública, también oro privadamente a Dios para que la oración que exprese sea aceptable delante de Él y útil para los presentes.

Algunas veces, en las oraciones públicas, se oye algo como esto: «Padre nuestro, por favor perdónanos de nuestros muchos pecados». Sea en las oraciones de la clase bíblica o la adoración unida, podemos escuchar algo similar. Los ancianos, los predicadores, los maestros y otros miembros piden comúnmente que Dios nos perdone de nuestros «muchos» pecados.

Ciertamente, no queremos minimizar la magnitud del pecado en la vida, sea en poca o mucha cantidad. El pecado es una barrera entre el hombre y Dios (Isaías 59:1-3); erige una pared que el pecador no puede saltar o cruzar para llegar al Padre. Toda persona comete pecado (Romanos 3:10, 23). La única persona que nunca cometió pecado es Jesucristo (1 Pedro 2:22; 1 Juan 3:5). Los cristianos también pecan (1 Juan 1:8, 10); este es un hecho. Sin embargo, los cristianos que se esfuerzan en practicar el cristianismo —andando en la luz como Dios es luz (1 Juan 1:7)— deben pecar menos que cuando no habían llegado al cristianismo. Por tanto, orar regularmente para que Dios nos perdone nuestros muchos pecados parece ser inconsistente con la profesión cristiana.

Los seres humanos no pueden salvarse a sí mismos aparte del Evangelio de Jesucristo (Romanos 1:16). Pero una manera de distinguir a los pecadores de los santos (cristianos) es que, aunque los pecadores practican continuamente el pecado y algunas veces la justicia, los santos practican la justicia y evitan el pecado, aunque de vez en cuando tropiezan en él. Los santos o cristianos son pecadores perdonados; sus muchos pecados ya han sido perdonados cuando llegaron al cristianismo. Ahora ellos evitan la vida de pecado, se arrepienten continuamente de aquellos pecados que saben que cometen (Hechos 8:22), y mientras andan en la luz, la sangre de Jesucristo les limpia de los pecados que ignoran (1 Juan 1:7).

Pedir perdón por nuestros «muchos» pecados puede ser interpretado como que los hijos de Dios no se están arrepintiendo de sus pecados, o que no están andando con cuidado en la luz de Cristo. Es importante que meditemos cuidadosamente en las palabras que usamos en nuestras oraciones para no transmitir una idea equivocada.