Lo que Dios está ofreciendo
| Resumen | La invitación de Dios está en pie; usted nunca recibirá un mejor ofrecimiento. Él le ofrece un hogar eterno en el cielo. |
El cristianismo puede ser el secreto mejor guardado en el mundo.
Dios ofrece seiscientas cuarenta y dos invitaciones personales para «venir» en la Biblia.[1] Considere una del Antiguo Testamento y otra del Nuevo Testamento. Isaías escribió: «Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho» (1:18-20). Dios invita a los pecadores a pensar en cuanto a lo que ofrece: incluso a venir, sentarse en Su mesa de conferencia y presentar razones para rechazar Su invitación.
Jesús dijo: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mateo 11:28-30). Aquí hay una invitación para descansar, recibir el alivio de las cargas de la vida, y desarrollar amistad con el más grande Hombre que jamás haya pisado la tierra.
¿Qué ofrece Dios a toda persona en el mundo?
Dios salva; nadie tiene que perderse
Todos pecamos (Romanos 3:23). La paga del pecado es muerte (Romanos 6:23). Por tanto, todos necesitamos salvación en la vida (Mateo 25:46). Jesús vino para pagar el rescate por el pecado. Pero justo antes de regresar al cielo, prometió: «El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado» (Marcos 16:16). «Será… salvo». Permitamos que estas palabras queden grabadas y arraigadas en nuestra mente. Hemos sido libertados del peor mal, lo cual nos expuso a la miseria más grande, y lo cual nos puede impedir la felicidad eterna. Esta es una razón suficiente para aceptar el ofrecimiento de Dios… Pero ¡hay más!
Jesús pagó; nadie tiene que ser condenado
Alejandro III fue zar de Rusia desde 1881 a 1894. Él gobernó de manera dura, persiguiendo a los judíos en particular. Su esposa, María Fiódorovna, era diferente. Ella era conocida por su compasión y generosidad para con los necesitados. Una vez, su esposo firmó una orden para exiliar a un prisionero. Él había escrito con lápiz: «Perdón imposible; que se lo envíe a Siberia». María salvó al prisionero al cambiar la posición del punto y coma en la orden de su esposo. La orden entonces decía: «Perdón; imposible que se lo envíe a Siberia».[2]
Cuando Cristo pagó la deuda del pecado (Hechos 20:28), movió el punto y coma a favor de nosotros. La eternidad cambió de «Perdón imposible; que se lo envíe al infierno» a «Perdón; imposible que se lo envíe al infierno». Pedro dijo: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hechos 2:38). El bautismo, con el arrepentimiento, es «para» (propósito) el perdón[3] de los pecados (cf. Hechos 3:19). Si creemos en Él, Lo seguimos, Lo obedecemos y permanecemos fieles a Él, nuestro futuro estará asegurado (Juan 10:27-29; 1 Corintios 15:58).
El bautismo nos lava; nadie tiene que llevar las manchas del pecado
«Lávame» fue la oración ferviente del rey David después de su caída en el pecado (Salmos 51:2, 7). Se le dijo a Saulo de Tarso: «Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava[4] tus pecados, invocando su nombre» (Hechos 22:16). Los pecados de Saulo fueron lavados cuando fue bautizado (Hechos 9:18).
En el bautismo, los pecadores llegamos a contactar la sangre de Cristo, siendo sumergidos en los beneficios de Su muerte (Juan 19:34; Romanos 6:4), y nuestros pecados llegan a ser lavados (Apocalipsis 1:5-6). Somos santificados y lavados «en el lavamiento del agua por la palabra» (Efesios 5:25-27). Pedro afirmó que el bautismo nos salva (1 Pedro 3:21). Los creyentes bautizados pueden estar seguros de que Jesús cumplirá Su promesa.
El Antiguo Testamento incluso ilustra esto. Naamán tenía lepra, una enfermedad temida, y deseaba ser sanado. El profeta de Dios le dijo que se sumergiera siete veces en el río Jordán y sería sano. Él no fue sanado de su lepra sino hasta que se sumergió en el río (2 Reyes 5:14). De igual manera, el pecador no es limpio de sus pecados sino hasta que ha sido bautizado. Pero cuando lo es, ¡también es limpio! Esta es una razón para llegar a Jesús.
La sangre de Jesús justifica; nadie tiene que permanecer en culpabilidad
Dios justifica a los pecadores (aparta Su ira de ellos) debido a la muerte expiatoria de Cristo. Pablo escribió: «Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira» (Romanos 5:9; cf. Hechos 13:39). «Justificado» (dikaios) significa «justo o recto». La forma verbal (dikaioo) significa «hacer justo, hacer inocente, declarar puro, limpiar y liberar de toda culpa y acusación». Esto no significa que hemos sido justos, sino que Dios nos declara justos ya que Jesús lo fue. El perdón permite que seamos tratados como si nunca hubiéramos pecado (Isaías 38:17; 44:22; Miqueas 7:19).
Un rey había sufrido mucho debido a sus súbditos rebeldes. Un día ellos se rindieron, dejaron sus armas, se inclinaron a él y rogaron misericordia. Él los perdonó a todos. Uno de sus amigos objetó ante tal misericordia, diciendo: «¿No dijiste que todos los rebeldes deberían morir?». El rey respondió: «Sí, pero no veo a ningún rebelde aquí».
Dios no ve a ningún rebelde cuando suplicamos misericordia. La justificación es una obra de Dios a favor nuestro. Sucede una vez, pero el proceso es continuo; debemos andar continuamente en la luz al escuchar Su Palabra para que podamos —día tras día, en la mañana y en la noche— ser limpios continuamente de los pecados en la vida (1 Juan 1:6-10).
El perdón es libertad de la culpa. Un niño de doce años mató accidentalmente a uno de los gansos de la familia al arrojar una piedra para ahuyentarlo. Pensando que sus padres no notarían que uno de veinticuatro faltaba (pero que lo castigarían si confesaba esto), él lo enterró y lo mantuvo en secreto. Su hermana le dijo: «Vi lo que hiciste, y si no lavas los platos por mí, lo diré a mamá». El niño lavó los platos por muchos días, y finalmente dijo a su hermana: «Ahora hazlo tú». Su hermana dijo: «Lo diré a mamá». Él respondió: «Ella ya lo sabe, y me perdonó. Soy libre nuevamente». La libertad es una razón para recibir el ofrecimiento de Dios.
El Espíritu Santo sella; nadie tiene que ser negado
Al llegar al bautismo, los cristianos creyentes reciben el don del Espíritu Santo (Hechos 2:38). Esto es «las arras de nuestra herencia» (Efesios 1:13-14), el sello de nuestra salvación (Efesios 4:30), y la evidencia de nuestro hijato divino (Gálatas 4:6-7). Esta garantía no es algo milagroso o misterioso, algo que se puede sentir pero que no se puede explicar. Lo que el Espíritu Santo hace por los cristianos lo hace a través de la Palabra (Efesios 6:17); de otra manera, la Palabra no fuera suficiente. Sin embargo, Pablo dijo que lo era (2 Timoteo 3:16-17). La obra del Espíritu a través de Su palabra da como resultado muchas bendiciones, y es una gran razón para aceptar el ofrecimiento de Dios.
Aquí hemos considerado cinco razones para aceptar el ofrecimiento de Dios. Por otra parte, no hay razón para rechazar lo que Dios ofrece. Alguien pudiera pensar: «Soy demasiado malo para recibir tal ofrecimiento», pero esto no es cierto. «Grana» y «rojos» en Isaías 1:18 indican pecados notorios.[5] Los peores pecadores pueden acceder al perdón (Isaías 55:7; Lucas 7:47; Hechos 2:22, 38, 41; 1 Corintios 6:9-11; 1 Juan 1:7). Otro pudiera pensar: «Soy lo suficientemente bueno. Estoy haciendo lo mejor que puedo. ¿Qué más puedo hacer?». Pero nuestra bondad no puede hacernos merecedores de la salvación; necesitamos la gracia de Dios (Eclesiastés 3:15; Romanos 5:20; Efesios 2:8-10). Alguien más pudiera pensar: «Debo cambiar mi vida antes de recibir este ofrecimiento», pero el orden es diferente. Jesús nos ayuda a cambiar; nosotros no podemos guiar nuestro propio camino (Proverbios 14:12; Jeremías 10:23; Mateo 11:28; Filipenses 4:13). Finalmente, alguien más pudiera pensar: «Hay suficiente tiempo para llegar a Jesús», pero solamente el necio se jacta del día de mañana (Proverbios 27:1; 2 Corintios 6:2; Hebreos 3:7-8).
La invitación de Dios permanece en pie. Usted nunca podrá recibir un mejor ofrecimiento. El día en que llegue a Él será el segundo día más maravilloso de su vida, el cual solamente será superado por el día en que Él le dé la bienvenida a su hogar eterno.
[1] Cita atribuida a Frances Dixon; se desconoce cualquier otra información adicional.
[2] Fuentes: biography.com y Today in the Word, 14 de julio, 1993
[3] Afesis: «libertad, perdón, liberación».
[4] Lavar, de apolouo: «lavar completamente; remitir».
[5] La palabra «rojo» aquí significa «de tinte doble», lo cual se conoce como «color firme»
Publicado el 20 de octubre de 2025 en www.ebglobal.org. Traducido por Moisés Pinedo. Título original en inglés, «What God is offering», en House to House, 29.11 (2024): 1-2.