La ignorancia no es felicidad

Resumen

Recordemos siempre que, en lo que concierne al estado de nuestras almas, ¡la ignorancia no es felicidad en absoluto!

Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza (Efesios 4:17-19).

Ciertamente hay momentos en la vida en que el dicho antiguo «La ignorancia es felicidad» puede ser verdadero. Yo estoy agradecido de que haya muchas cosas que ignoro. La idea principal de la frase es que, al ignorar las cosas malas, podemos vivir felizmente sin reconocer lo terrible de cierta situación. Sin embargo, en muchos casos, la ignorancia es dañina e incluso fatal. Si ignoramos el peligro del fuego, de los químicos reactivos, la electricidad, la conducción en sentido contrario, etc., podemos sufrir lesión o muerte. Por esta razón no desatendemos a los niños pequeños que no pueden discernir tales peligros y que ignoran el daño personal que pueden sufrir.

No hay área de la vida en que la ignorancia sea más peligrosa que el aspecto espiritual. Cuando Pablo instó a los cristianos de Éfeso a que vivieran de manera diferente a sus vecinos paganos, reveló el peligro profundo al describir la condición del mundo. Los paganos estaban viviendo en un estado de separación de Dios, y tal estado se debía a la ignorancia de Su voluntad. Pablo describió su vida fútil como el resultado de la vanidad de la mente, el entendimiento entenebrecido, y la ignorancia y la dureza de sus corazones que producía toda insensibilidad (cf. 1 Timoteo 4:1-2). La única manera de superar tal estado y comenzar una vida piadosa es aprender de Cristo, removiendo por ende la ignorancia que relega a tal condición peligrosa (4:20; cf. Juan 6:44-45).

Tal ignorancia también fue una amenaza constante para Israel. En Isaías 1:2-3, el Señor lamentó el hecho de que los hijos que Él había criado y protegido se habían rebelado contra Él. La razón era simple: A diferencia del buey y el asno que conocían a sus amos, «Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento» (Isaías 1:3). Luego Oseas resaltó el poder destructivo de la ignorancia de la voluntad de Dios, diciendo: «Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento» (4:6). Lo más triste de tal desgracia es que ellos tuvieron acceso a tal conocimiento, pero fueron voluntariamente ignorantes. En otras palabras, la destrucción que enfrentaron pudo ser evitada. Lo que ellos debían haber hecho era desear conocer y practicar la voluntad de Dios; si lo hubieran hecho, nunca hubieran enfrentado tal calamidad.

Ese fue el caso de los gentiles a los cuales Pablo aludió en su carta a la iglesia en Roma. En Romanos 1:18-32, Pablo enfatizó la ira de Dios que vendría sobre los impíos e injustos, pero la clave para entender la razón por la cual vendría se encuentra en el capítulo 1:19-23. Ellos escogieron la ignorancia hasta el punto de que sus corazones fueron entenebrecidos, lo cual les guio a la idolatría y toda clase de prácticas pecaminosas.

Aquí es donde este peligro se aplica a nosotros. Pablo escribió claramente que ellos habían conocido a Dios (Romanos 1:21), pero quitaron tal conocimiento de sus mentes y pagaron un precio alto por hacer esto. Nosotros, quienes conocemos a Dios, podemos caer en la misma trampa si no somos cuidadosos (Hebreos 6:4-6). La ignorancia no nos protegerá de las consecuencias de nuestros pecados (Isaías 30:9-10; 2 Tesalonicenses 1:5-10), así que debemos poner atención a la instrucción adicional de Pablo a los efesios: «Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor» (Efesios 5:17). Recordemos siempre que, en cuanto al estado de nuestras almas, ¡la ignorancia no es felicidad en absoluto!