¿Cuándo somos salvos?

Resumen

La salvación es concedida cuando la creencia se une con la obediencia en el bautismo, el lavamiento de la regeneración.

¿Cuándo y cómo son salvos los pecadores? ¿Son los pecadores salvos por fe o por obras? ¿Salva Dios independientemente de la obediencia? Frecuentemente la fe y las obras son contrastadas, pero es mejor entender la creencia y las obras como esenciales para la fe. Abraham creyó en la promesa de Dios en Génesis 12 y actuó por fe. En Génesis 15, Dios confirmó Su pacto a Abraham. Abraham creyó en Dios, y su fe fue contada por justicia (Génesis 15:6). La fe de Abraham ya había sido probada como fe obediente. Muchos siglos después, Pablo argumentó que Abraham fue justificado sin las obras de la Ley (Romanos 4:1-12) para establecer la superioridad de la «fe» sobre el pacto mosaico, el cual fue dado varios siglos después de Abraham. Parece que Pablo quería que sus lectores en Roma supieran que podían ser justificados como Abraham, quien fue justificado por fe (fe obediente), independientemente de la Ley de Moisés.[1]

La creencia y las obras son las dos caras de una misma moneda. Los «justificados» son aquellos que activamente viven por fe (Habacuc 2:4; Romanos 1:17; Gálatas 3:11). Lo que importa es la fe que obra por el amor (Gálatas 5:6). Hebreos 11:6 nos hace recordar que, para ser una persona de fe, debemos acercarnos activamente a Dios. Abraham fue justificado por la fe (Romanos 4:1-3), pero la fe de Abraham fue activa a través de sus obras, y por ende su fe fue perfeccionada por sus obras. Por tanto, «el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe» (Santiago 2:22-24). Creer es obedecer.

Los cristianos son justificados por la fe (Romanos 5:1), como también justificados por obras, no solamente por la fe (Santiago 2:24). Esta no es una contradicción. En cambio, la fe y las obras son inseparables en la vida cristiana. La fe puede ser vista (Mateo 9:2). Los cristianos son descritos como «fieles», aquellos que están viviendo activamente por la fe. El siervo fiel es quien está preparado activamente para el regreso de su Amo (Mateo 24:45; 25:23). Bernabé animó a los cristianos a permanecer «fieles al Señor» (Hechos 11:23).

Pablo afirmó la necesidad de la creencia y la acción en Gálatas 3:26-27 cuando escribió: «pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos». Los cristianos son justificados por la fe, y tal justificación por la fe comienza en el bautismo. Los candidatos al cristianismo en Hechos 2 fueron constreñidos y preguntaron qué debían hacer (vs. 37). Es obvio que tales personas creyeron la verdad que Pedro les presentó en cuanto a Jesús. Sin embargo, ellos todavía estaban en pecado en vez de estar «en Cristo». Así que se les mandó a arrepentirse y bautizarse para recibir el perdón de pecados. Su creencia estaba incompleta sin el arrepentimiento y el bautismo.

El bautismo no es una obra humana por la cual se gane la salvación. En cambio, es una obra de Dios por medio de la cual se concede la salvación. Colosenses 2:11-14 muestra que Dios es el que obra principalmente en el bautismo. Los cristianos son sepultados con Cristo en el bautismo, resucitados con Él por medio de la fe, vivificados con Él y perdonados. La persona es bautizada, pero Dios es Quien obra para generar salvación. Se puede considerar la relación entre la creencia y las obras como una unión entre la confianza y la sumisión.

Martín Lutero también demostró esta unión de la creencia y la acción en su «Tratado en cuanto al bautismo». Él escribió: «[N]o hay en la tierra consuelo mayor que el bautismo, pues por medio de este acto llegamos a estar bajo el juicio de la gracia y la misericordia, el cual no condena nuestros pecados, sino los quita por medio de muchas pruebas». Lutero continuó: «Hay un buen enunciado de San Agustín, que dice: “El pecado es perdonado completamente en el bautismo; no en el sentido de que ya no exista, sino en el sentido de que no es tomado en cuenta”».[2] Lutero añadió que, «en el bautismo, una persona llega a ser inocente, pura y sin pecado […]. Esta fe es necesaria sobre todas las cosas, pues es el fundamento de todo consuelo».[3] Así como Lutero, parece que Juan Calvino no vio contradicción entre la creencia y la obediencia. Él escribió: «[A]quellos que consideran el bautismo como nada más que un símbolo o marca por el cual confesamos nuestra religión delante de otros, como un soldado lleva una insignia de su comandante como una marca de su profesión, no han pensado en el punto principal del bautismo: la promesa: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo” [Marcos 16:16]».[4] El consenso antiguo era que Dios obraba cuando la persona era bautizada.

En esta discusión, es pertinente recordar que ni la fe ni las obras son actos meritorios por los cuales se gane la salvación. Cristo ganó a la iglesia con Su propia sangre (Hechos 20:28). Pablo escribió: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8-9). El que quiere, puede tomar «del agua de la vida gratuitamente» (Apocalipsis 22:17). La salvación es recibida por aquellos que creen (Juan 3:16) y obedecen (Juan 3:36, LBLA). Pero la salvación está fundada en la promesa y la obra de Dios. Esta gran verdad es resumida en Tito 3:4-7, donde Pablo enseñó que Dios nos salva, pero «no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho». En cambio, la salvación es concedida cuando la creencia se une con la obediencia en el bautismo, que es «el lavamiento de la regeneración».

[1] Para leer un estudio breve sobre la obediencia de fe en Romanos, vea Dave Miller, «La obediencia de fe en Romanos», EB Global, 2021, https://www.ebglobal.org/articulos-biblicos/la-obediencia-de-fe-en-romanos.

[2] Martín Lutero, «Un tratado sobre el santo sacramento del bautismo» [ “A treatise on the holy sacrament of baptism”], Obras de Martín Lutero [Works of Martin Luther], 1519, 1:62.

[3] Lutero, «Un tratado», 1:63.

[4] Juan Calvino, Institución de la religion cristiana [Institutes of the Christian religion], vol. 2, ed. John T. McNeill, trad. Ford Lewis Battles (Louisville: Westminster, 1960), IV, xv, 2.