Eternidad en Nuestros Corazones

Resumen

Aunque debemos disfrutar el mundo en que vivimos, también debemos entender que hemos sido creados para la eternidad.

¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana? Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin (Eclesiastés 3:9-11).

Hay belleza en todo lo que Dios ha hecho. Hay belleza en cada estación del año, en cada día particular y en cada periodo de la vida. Ya que Dios ha dado belleza a cada periodo, entonces debemos disfrutar cada uno de ellos (incluso cuando cada periodo conlleva sus propias circunstancias difíciles). Pero al mismo tiempo debemos entender que este mundo realmente no es nuestro hogar, ya que Dios ha puesto “eternidad en nuestros corazones”.

De todas las criaturas que Dios ha hecho, solamente el hombre posee el concepto de la eternidad.

Dios dijo a Daniel que algunos resucitarán a vida eterna y otros a destrucción eterna (Daniel 12:2). Aunque constantemente lidiamos con cosas finitas que pueden contarse o clasificarse de alguna manera, todos tenemos cierto entendimiento de la eternidad (aunque a veces puede ser difícil expresarlo). De hecho, todas las civilizaciones han desarrollado el concepto de la eternidad en cierto grado—¡ya que Dios ha puesto eternidad en el corazón del hombre! Ninguna otra criatura se ha sentado a meditar en lo que está más allá del reino de lo que el ojo puede ver. Solamente el hombre ha meditado en la absurdidad lógica de vivir en un mundo que solamente tendrá memoria nuestra por un poco de tiempo después de nuestra vida. Solamente el hombre puede parar para considerar la belleza de las cosas alrededor suyo e intentar describir tal belleza en vista de su propia existencia. Salomón escribió: “Es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y para que vean que ellos mismos son semejantes a las bestias” (Eclesiastés 3:18). En un sentido, los hombres somos como ellos, ya que el hombre tiene una existencia mortal como las bestias (vss. 19-20), pero hay una diferencia marcada: el hombre vivirá para siempre—pero ¿dónde?

De todas las criaturas que Dios ha hecho, solamente el hombre es eterno.

Aunque desde la perspectiva humana, la tierra parece continuar para siempre (Eclesiastés 1:4), lo cierto es que un día será destruida—pero nosotros continuaremos (2 Pedro 3:10-13). Nosotros no somos solamente mortales; en cambio, somos seres inmortales que vivimos en cuerpos mortales que están destinados a ser transformados en cuerpos que nunca perecerán (1 Corintios 15:53-54; 2 Corintios 4:16-5:4). Así como el patriarca Abraham ponía su tienda de morada dondequiera que iba en el desierto, los que están en Cristo tenemos un “hogar” temporal en esta tierra mientras nos dirigimos a nuestro hogar real.

Obviamente Dios ha reservado un lugar en nuestros corazones que añora la eternidad y que ninguna cosa en la tierra puede llenar.

Nuestra conceptualización de la eternidad nos hace que añoremos algo duradero. Los patriarcas añoraban esa ciudad celestial que tenía una fundación diferente a las de nuestras moradas terrenales (Hebreos 11:13-16). Nuestra morada corporal terrenal está limitada a la carne y el tiempo, pero la morada espiritual que el Señor ha preparado para nosotros no está limitada a ninguna de estas cosas. El lugar que buscamos es eterno: “No se pondrá jamás tu sol, ni menguará tu luna; porque Jehová te será por luz perpetua, y los días de tu luto serán acabados” (Isaías 60:20). El sol nunca se pone en ese lugar ya que “el Cordero es su lumbrera” (Apocalipsis 21:23). ¿Se siente usted satisfecho en este mundo, o añora la morada que Dios ha preparado en la cual no habrá imperfección?

Cuando lleguemos al final de esta vida, el tiempo pasará. No habrá más tiempo para morir o arrepentirse (Apocalipsis 21:4; cf. Eclesiastés 3:2,4). No habrá más tiempo para construir o juntar (cf. Eclesiastés 3:3,5), ya que todo el trabajo habrá llegado a su fin. Cuando la corriente del tiempo fluya al océano de la eternidad, ¿estará usted listo? También hay un tiempo para la salvación, ¡y ese tiempo es hoy (2 Corintios 6:2)!