El peligro de disputar con Dios

Resumen

Todo acto de pecado o desobediencia, sea de comisión u omisión (Santiago 4:17), es básicamente una disputa con Dios.

¡Disputar con Dios es una idea extremadamente mala! Es una disputa que el hombre simplemente no puede ganar. Lo que es más triste, dejar esta vida teniendo una disputa no resuelta y constante con Dios es eternamente letal—un destino que es peor que la muerte misma.

Hay varios incidentes que las Escrituras registran y que esencialmente representan disputas entre los seres humanos y Dios. Comenzando con Adán y Eva, las cosas nunca han marchado bien para aquel que viola las instrucciones divinas, o básicamente, disputa con Dios (Génesis 3). En Génesis 6-8, casi toda la raza humana fue arrasada de la superficie de la Tierra en el Diluvio universal del tiempo de Noé (Génesis 6-8).

Cuando los israelitas llegaron a ser una nación favorecida por Dios, también disputaron con Él. Los ejemplos notables durante los cuarenta años de vagancia en el desierto incluyen: las murmuraciones en la ribera occidental del Mar Rojo cuando el ejército egipcio se acercaba (Éxodo 14:10-12); las murmuraciones en cuanto a la escasez de agua (Éxodo 15:24; 17:2) y de comida (Éxodo 16:2-3,12-13); la idolatría relacionada al becerro de oro (Éxodo 32); el fuego profano que Nadab y Abiú ofrecieron (Levítico 10:1-2); la disensión de Aarón y María contra Moisés (Números 12); el rechazo de entrar a Canaán y la determinación de regresar a Egipto (Números 14:1-4); la rebelión de Coré (Números 16); el pecado de Moisés en Cades (Números 20:10-13); las murmuraciones contra Dios que causaron que enviara serpientes ardientes contra el pueblo (Números 21:4-9); y la fornicación e idolatría con las moabitas (Números 25). Ya que desatendieron las instrucciones de Dios, Él declaró en una ocasión: «¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis leyes?» (Éxodo 16:28).

La nación de Israel continuó disputando con Dios incluso después de entrar a la Tierra Prometida. Primero, se puede señalar el pecado memorable de Acán (Josué 7). Hablando de manera general, Israel no completó la conquista de Canaán, lo cual dio como resultado cientos de años de represalia de parte de los habitantes previos (Jueces 1:27-36). Por más de 300 años después de la entrada a Canaán, durante el tiempo de los jueces, Israel vaciló repetidamente entre la obediencia y la desobediencia ante Dios, por lo cual Dios permitió que los habitantes previos de Canaán afligieran a Israel y le impusieran tributo. Las circunstancias no mejoraron después de los jueces y durante el tiempo de los tres reyes del reino unido de Israel. Después de la división entre las diez tribus del norte (Israel) y el resto de la nación (Judá), las disputas pecaminosas con Dios (la desobediencia rampante) guio a la conquista de Israel en manos de Asiria (721 a. C.) y el destronamiento de Judá en manos de Babilonia (587 a. C.).

Aunque hoy Dios puede no castigar inmediatamente a las almas desobedientes, el juicio llegará para todos (Hebreos 9:27; 2 Corintios 5:10). Todo acto de desobediencia, sea de comisión u omisión (Santiago 4:17), es básicamente una disputa con Dios. El que llega a la eternidad teniendo una disputa no resuelta con Dios (i. e., un acto de desobediencia) tendrá un final terrible. «[E]s justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Tesalonicenses 1:6-9; cf. 1 Pedro 4:17).

Independientemente de las instrucciones divinas que se consideren, siempre hay la opción de obedecer o desobedecer. La desobediencia de cualquier clase (e. g., ignorar, desafiar, sustraer o añadir a la Palabra de Dios, o cualquier otra modificación de la instrucción bíblica) es equivalente a disputar con Dios. Las disputas con los maestros fieles de Dios realmente son disputas contra Dios mismo: «porque nosotros, ¿qué somos? Vuestras murmuraciones no son contra nosotros, sino contra Jehová» (Éxodo 16:8; cf. 1 Tesalonicenses 4:8).

Si Dios me hubiera pedido mi opinión en cuanto a la adoración cristiana, yo hubiera hecho algunas recomendaciones. Sin embargo, Dios no consultó conmigo ni con ningún otro ser humano antes de estipular las acciones y disposiciones de la adoración cristiana. La adoración cristiana debe ser «en espíritu y en verdad» (Juan 4:23-24). Si Dios me hubiera pedido mi opinión en cuanto a la organización de la iglesia, la doctrina cristiana, la salvación u otros temas, yo pudiera haber sido lo suficientemente atrevido e imprudente en ofrecer algunas sugerencias. Pero Dios no lo hizo; ni tampoco buscó la guía de algún otro mortal en estas cosas u otras de tal índole.

La Biblia es la Palabra final, absoluta, completa y divinamente inspirada de Dios; es Su comunicación verbal para la humanidad. Como comunicación, su intención es que sea entendida por los receptores originales de los diversos libros y epístolas que conforman sus sesenta y seis libros. Hoy se requiere que los estudiantes de la Biblia entiendan lo mismo que Dios esperó que los receptores originales entendieran: «ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:20-21). Finalmente, en la era cristiana, toda la humanidad debe acudir al Nuevo Testamento para encontrar las respuestas en cuanto al cristianismo (Romanos 7:6; Efesios 2:15; Colosenses 2:14).

Recuerde: ¡Disputar con Dios es una idea extremadamente mala! Es una disputa que simplemente no se puede ganar.