El Hospital de Dios

Sáname, oh Jehová, y seré sano; sálvame, y seré salvo; porque tú eres mi alabanza (Jeremías 17:14).

Cuando nuestros cuerpos sufren lesiones, sabemos que debemos ir al hospital más cercano para recibir ayuda. Cuando nuestras almas están enfermas, ¿a dónde vamos? No encontraremos ayuda en el Centro Médico Regional. Solamente Dios puede brindar ayuda al alma, y Su hospital para los enfermos de pecado es la iglesia. Eugene Peterson estuvo en lo cierto cuando dijo: “La congregación del domingo en la mañana es un hospital (Oseas 6:1; Marcos 2:17; Lucas 4:18). ¿En qué sentido es la iglesia como un hospital?

El hospital de Dios es un lugar donde encontrará la mejor medicina.

En el cielo hay una clase especial de árbol con hojas que son “para la sanidad de las naciones” (Apocalipsis 22:2). En la Tierra, Dios no tiene tal árbol, pero tiene algunas “hojas” (páginas) que contienen Su poder sanador (Romanos 1:16; Hechos 28:27).

El hospital de Dios es el único lugar en que puede recibir ayuda espiritual, aunque hay “curanderos” en la religión falsa que venden aceite de culebra. Estos son “médicos nulos” (Job 13:4) que causan que la situación empeore en vez de mejorar (Marcos 5:26). Solamente Dios y Su Evangelio sencillo pueden salvar (Hechos 4:12; Gálatas 1:6-9).

¿Cuáles son las órdenes del doctor para los enfermos? Algunas veces Él ha recetado higos (Isaías 38:21), raíces y hojas (Ezequiel 47:12) y vino (1 Timoteo 5:23) para el cuerpo, pero ninguna de estas cosas puede ayudar al corazón o el alma. La gente que ha sufrido golpes emocionales en sus vidas puede encontrar ayuda en el hospital de Dios. Para las enfermedades emocionales, el Gran Médico receta un corazón alegre (Proverbios 17:22), el cuidado del cuerpo físico (1 Reyes 19:7-8), una carga menos pesada (Marcos 6:31) y una fe más grande (Mateo 6:30). Ciertamente, “Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Salmos 147:3).

Hay algunas personas que no han experimentado la sanidad espiritual del alma interior, aunque el Gran Médico ha hecho esto disponible; Él es “quien perdona todas [sus] iniquidades, el que sana todas [sus] dolencias” (Salmos 103:3). Para el pecado, receta la fe (Juan 3:16), el arrepentimiento (Hechos 2:38), la confesión (Mateo 10:32) y el bautismo (1 Pedro 3:21).

Para la recaída, receta el arrepentimiento, la confesión y la oración: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16; cf. Hechos 8:22).

El hospital de Dios es un lugar donde el paciente debe iniciar el tratamiento.

Los hospitales no van de casa a casa tratando de conseguir negocio. Nunca he recibido una invitación de algún hospital para que vaya a una “visita especial”. La persona debe reconocer que está enferma y que necesita ayuda antes que el hospital pueda hacer algo por tal persona.

Los pecadores también deben iniciar el tratamiento. Pedro instruyó a los pacientes a ser “salvos de esta perversa generación” (Hechos 2:40). Pablo dijo: “[O]cupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12).

Sin embargo, para sentir motivación para hacer esto, los pecadores deben darse cuenta de su condición. Dios preguntó retóricamente lo siguiente a algunos pecadores:

Quebrantado estoy por el quebrantamiento de la hija de mi pueblo… ¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico? ¿Por qué, pues, no hubo medicina para la hija de mi pueblo? (Jeremías 8:21-22).

Había suficiente medicina, pero la gente ni siquiera sabía que estaba enferma (cf. Mateo 9:12). Dios tiene suficiente medicina para curar a todos los enfermos de pecado. El envase medicinal tiene una etiqueta que dice “Santa Biblia”.

Hoy muchos son como aquellos a quienes el Doctor encontró mientras practicaba medicina en las calles de Jerusalén:

Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado [problemas del corazón], y con los oídos oyen pesadamente [problemas de audición], y han cerrado sus ojos [problemas de visión]; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane (Mateo 13:15).

Ojalá todos los hombres dijeran: “Jehová, ten misericordia de mí; sana mi alma, porque contra ti he pecado” (Salmos 41:4).

El hospital de Dios es un lugar donde hay reglas de admisión.

Una persona de la calle no entra simplemente a un hospital y decide que va a pasar la noche en un cuarto del hospital. Los hospitales tienen reglas. Tienen que hacer arreglos en cuanto al cubrimiento de seguro, averiguar en cuanto a alergias y medicina y registrar la información personal. Los pacientes primero deben ser admitidos.

Uno de los miembros de la congregación donde predico visitó mi oficina con un vendaje en la mano. Le pregunté qué le pasó. Él dijo: “Bueno, estaba pescando y un anzuelo se quedó atorado en mi dedo y tuve que ir a la sala de emergencia”. Él continuó: “Lo gracioso es que estaba sentado allí con un anzuelo en mi mano tratando de llenar todos los papeles. ¡Ellos ni siquiera lo sacaron hasta que llenara todos los espacios en blanco!”. Los hospitales tienen reglas.

En la iglesia, las personas también deben ser admitidas. No entramos simplemente de la calle y llegamos a ser parte de la iglesia de Dios. Se requiere instrucción (Juan 6:44-45). Debemos aceptar la “política del hospital” (las reglas de Dios, 1 Timoteo 3:15). El Señor nos “añade” a Su hospital (Hechos 2:47).

El hospital de Dios es un lugar donde la gente se interesa genuinamente por usted.

Los buenos hospitales tienen personal que se interesa por los enfermos. Ellos caminan con una sonrisa y una palabra de ánimo; genuinamente quieren verle cómodo y recuperado. Si hay una crisis, se quedarán horas extras para ayudarle. Los doctores están dispuestos a presentarse en casos de emergencia después de horas de trabajo. Cuando mi hijo tuvo una emergencia del corazón, un doctor compasivo vino a casa el viernes a las 11:00 p.m. para verle. Esta atmósfera de interés tiene mucho significado para los pacientes angustiados.

En la iglesia, se muestra compasión similar por los pecadores que están buscando recuperación. La Biblia enseña que “los miembros todos se preocup[a]n los unos por los otros” (1 Corintios 12:25). Tito tenía “solicitud” por otros (2 Corintios 8:16). Pablo se interesaba genuinamente por las iglesias (2 Corintios 7:12; 11:28) y experimentó el mismo interés mutuo: “En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro cuidado de mí; de lo cual también estabais solícitos, pero os faltaba la oportunidad” (Filipenses 4:10).

Ya que los cristianos son el personal en el hospital de Dios, necesitamos asegurarnos siempre que nuestro interés por los pacientes sea evidente. “Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos” (Romanos 15:1). (Ya que los cristianos son el personal y los pacientes, esta es una ayuda recíproca).

El hospital de Dios es un lugar donde le envían a casa cuando han terminado con usted.

Los que se sientan en la última banca y ansiosamente vigilan el reloj pueden pensar que se está justificando sus acciones con este punto, pero esto no tiene nada que ver con salir de la iglesia cinco minutos antes. Esto tiene que ver con el final de nuestro “tratamiento”. Nadie quiere quedarse en un hospital para siempre. Esto es temporal.

Tampoco nadie quiere quedarse en el hospital de Dios para siempre: “Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial… Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia” (2 Corintios 5:2-4). Pablo estaba “listo para ir a casa”. Él escribió: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia… Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1:21-23,27; 2 Timoteo 4:6-8).

¿Cuántos de nosotros nos hemos sentido como el salmista?:

Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo; sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen. Mi alma también está muy turbada… Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma; sálvame por tu misericordia (6:2-4).

¡Hay esperanza! ¡El Doctor está atendiendo!