El fruto del Espíritu y nuestro cónyuge: Paz

Resumen

Podemos tener paz con nuestro cónyuge, pero nuestra vida debe estar primeramente en armonía con la Palabra de Dios.

La definición de la paz

Algunas veces las palabras pierden su fuerza con el tiempo. Un buen ejemplo es la palabra «amor». Alguien puede amar a su madre y a su perro y usar la misma palabra para describir tal amor. Esto sucede con las palabras que se usan frecuentemente. Esto se aplica a la palabra «paz».

Cuando pensamos en la paz, frecuentemente la asociamos con la cesación de alguna actividad. Por ejemplo, hacer paz en tiempo de guerra significa que ambas partes dejan de pelear (Eclesiastés 3:8). Cuando las aguas carecen de olas turbulentas, son pacíficas, y cuando los niños dejan de reñir entre sí, están en paz. Por tanto, frecuentemente se asocia la paz con su naturaleza pasiva; «hay paz» cuando alguna circunstancia perturbadora ha cesado. Pero ¿qué tal si se pudiera describir la paz en un sentido activo? En realidad, la Biblia hace referencia a este aspecto activo de la paz.

En Mateo 5:44-45, Jesús dijo: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos». Su punto fue que, para tener paz, debemos hacer la paz; la paz es activa.

Adicionalmente, Dios desea que no solo busquemos activamente la paz, sino que también continuemos activamente en ella. Como en el caso de cualquier otra actividad, la paz requiere esfuerzo; la paz que se alcanza no perdura automáticamente. Pablo amonestó: «Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres» (Romanos 12:18). Debemos exhibir paz en nuestra vida.

La producción de la paz

En Gálatas 5:22-23, Pablo dio una lista de virtudes que son el resultado de andar en los caminos de Dios; comúnmente se hace referencia a esta lista como «el fruto del Espíritu». Si permitimos que Dios y Su Palabra nos guíen, produciremos, entre otras cosas, amor, gozo y paz. Para tener tal fruto, debemos comenzar con la actitud correcta; es decir, debemos estar dedicados completamente a Dios (Gálatas 5:24).

Frecuentemente deseamos el resultado, el fruto, cuando todavía no dedicamos nuestra vida completamente a los planes y propósitos de Dios. Pero para tener paz en el mundo, en nuestras relaciones e incluso en nuestro matrimonio, debemos hacer de Dios y Sus mandamientos el enfoque de nuestra vida. Cuando pongamos nuestras prioridades en orden y fijemos nuestros corazones en la voluntad de Dios, podremos disfrutar este fruto variado. Entonces, no solamente disfrutaremos las bendiciones de Dios, sino también otros podrán ser partícipes de tales bendiciones. Una de las relaciones que se beneficiará de nuestra dedicación a Dios es nuestro matrimonio.

El placer de la paz

Usualmente declaramos que queremos paz en el matrimonio. Pero ¿qué queremos decir? ¿Solamente queremos la calma de las olas? ¿Queremos que las peleas o las discusiones terminen? Estas son algunas metas que podemos alcanzar, pero este no es el significado de la paz en el sentido activo. La paz en el matrimonio es más que la cesación de ciertas interacciones indeseables. Dios desea que, al seguirlo, tengamos paz en un grado completo (Romanos 5:1). La paz en el matrimonio es más hermosa de lo que muchos imaginan, y nosotros subestimamos la gracia de Dios cuando solamente deseamos la cesación de circunstancias desagradables.

La paz de Dios es más alta y rica ya que la paz que Él ofrece es activa (Filipenses 4:7). La paz bíblica busca el bien del cónyuge. La paz de Dios ama incluso cuando es difícil hacerlo. La paz que Dios da nos permite olvidar las faltas pasadas y enfocarnos en la dedicación que le debemos a nuestra relación matrimonial. Básicamente, logramos la paz cuando buscamos el bien mutuo (Filipenses 2:3-4). Esto no solamente permite que nuestra paz interactúe con el amor que tenemos por nuestro cónyuge, sino también permite que encontremos gozo en nuestra relación.

La adquisición de la paz

La paz activa que esperamos en nuestro matrimonio es algo que toma tiempo, esfuerzo y paciencia. Para tener paz en nuestro matrimonio, debemos incorporar varios hábitos y principios en nuestra vida.

Sea que hablemos de la paz con Dios o nuestro cónyuge, cada relación requiere que se admita los errores y que se realicen los cambios respectivos. Un requerimiento del plan de salvación de Dios es el arrepentimiento (Hechos 17:30); este también es un requerimiento en el matrimonio. El arrepentimiento es clave para la paz ya que fomenta la humildad y la confianza. Cuando un cónyuge asume sus errores y pide perdón, asume también una posición humilde (Mateo 5:23-24; Colosenses 3:13). Se requiere humildad y fortaleza para decir: «Estuve equivocado». El arrepentimiento es la manera de mostrar a nuestro cónyuge que estamos buscando activamente la paz a pesar de ser criaturas imperfectas. El arrepentimiento es primordial para la paz.

Nuestro matrimonio disfrutará de paz cuando enfrentemos los problemas en unidad, dependiendo de la Biblia como guía en nuestras decisiones y direcciones (Proverbios 3:5-6). Habrá desacuerdos, y cuando estos lleguen, debemos lidiar con ellos. La paz no significa que tendremos una vida sin desacuerdos. Algunas veces un desacuerdo puede ayudarnos a resolver ahora algo que llegaría a ser un problema mayor en el futuro.

Cuando las olas del conflicto azoten su mente, cuando parezca que no puede encontrar paz en su matrimonio, busque ayuda. La oración es una herramienta poderosa, y su poder es mayor cuando los esposos oran juntos (Santiago 5:16). Sin embargo, no debemos hacer de la oración el último recurso para salvar a un matrimonio en problemas; debemos conversar regularmente con Dios a través de los tiempos altos y bajos de nuestro matrimonio (1 Tesalonicenses 5:16-17). A veces también debemos recurrir a alguien de confianza que sea externo a la relación matrimonial (Proverbios 1:5); tal persona puede ser algún amigo de la familia o un miembro de la congregación. Alguien que analiza el problema «desde afuera» puede ser de ayuda valiosa para lograr paz en su matrimonio.

Conclusión

Podemos tener paz con nuestro cónyuge, pero nuestra vida debe estar en armonía con la Palabra de Dios. No debemos conformarnos con la mediocridad en el matrimonio, incluso cuando se trate de la paz. Con la Palabra de Dios como nuestra guía, podemos conocer la paz que nos acercará más a Dios y a nuestro cónyuge.