El dilema humano y la solución divina

Resumen

En las páginas de la Biblia leemos la historia de un problema: el pecado del hombre, y una solución: la cruz de Cristo.

El Dios del cielo ha inspirado la Biblia como el estándar absoluto en la religión.[1] Este estándar no solamente habla de la identidad de Dios, sino también del origen del hombre y su condición ante Dios. En breve, la condición del hombre es que él es pecador y que, por ende, está perdido espiritualmente. Esta es la mala noticia que circula a través de las páginas de la inspiración sagrada. Por otra parte, existe una noticia maravillosa que emerge de en medio de esta tragedia y anuncia la misericordia divina y la solución al dilema del hombre. Por tanto, se puede decir que la Biblia es la historia de:

  • Un problema: el pecado

  • Una solución: la cruz

Consideremos esta historia a la luz del estándar en religión.

EL DILEMA HUMANO

El hombre no es un animal en el último peldaño de la escalera evolutiva, como la falsa teoría de la evolución sugiere; en cambio, es un ser creado a la imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27), portando cierto grado de Su amor (1 Juan 4:7-8), Su conciencia (Romanos 2:14-15), Su santidad (Efesios 4:24), Su eternidad (Eclesiastés 12:7) y Su gloria (Hebreos 2:7).

La desobediencia del hombre

Cuando Dios creó a la humanidad en el principio, la puso en un huerto paradisíaco lleno de condiciones perfectas (Génesis 2:8). El hombre y la mujer no solamente gozaban de ese mundo perfecto, sino también de la comunión perfecta con el Creador. Su Creador amoroso los visitaba para salir de paseo y disfrutar del «aire del día» (Génesis 3:8). Tal comunión con Dios era el gozo principal en el huerto.

Pero la comunión con Dios y la perfección de la creación pronto fueron interrumpidas; el hombre usó el libre albedrió con que Dios le había dotado para revelarse contra su Creador. Dios había prohibido comer del fruto de un árbol particular en el huerto (Génesis 2:16-17) y había provisto medios para facilitar la obediencia completa;[2] el castigo de la desobediencia era la muerte. Pero a pesar del amor y la providencia divina que imploraban obediencia, el hombre decidió oír la voz del engañador (Génesis 3:4) y cerrar su corazón a la amonestación de Dios.

La realidad del pecado

Después de dar el primer mordisco al fruto prohibido y darse cuenta de que entonces se asemejaba menos a Dios en vez de ser como Él (Génesis 3:5; cf. 1 Juan 3:6), y después de sentir la vergüenza de la caída en vez de la gloria de la deificación (Génesis 3:5, 7), el hombre pudo haber deseado que esto simplemente hubiera sido una pesadilla terrible; pero su desobediencia era tan real como el aire que respiraba.

El pecado «es infracción de la ley» de Dios (1 Juan 3:4). Significa «errar el blanco»,[3] como cuando un arquero no da en el centro de su objetivo. Los griegos antiguos «vieron una analogía natural entre un arquero que no daba en el blanco y una persona que se desviaba del camino correcto».[4]

Desde que el primer «arquero» lanzó la primera saeta y falló miserablemente, todos los demás que lo hemos seguido no hemos tenido una mejor puntería. Desde Génesis 3:6, el pecado ha sido el problema fundamental y constante más real que ha afectado a toda persona responsable, todo género humano, toda raza mundial y toda generación nueva (Salmos 14:3; 53:1-3; Romanos 3:10, 23; 5:12). Desde Génesis hasta Apocalipsis, la Biblia lidia con un problema real: el pecado.

La consecuencia del pecado

Cuando Dios dijo: «el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Génesis 2:17), lo dijo en serio (cf. Isaías 55:11). Así que cuando el hombre pecó, murió.

Básicamente, la muerte es una «separación». La Biblia hace referencia a tres tipos de «separación» (muerte), y en este sentido, cuando el hombre pecó, llegó a estar sujeto a cada una de ellas.

  • La muerte física es la separación del cuerpo y el espíritu debido al fallo corporal (Eclesiastés 12:1-7). Aunque el hombre no experimentó muerte física instantánea cuando pecó, comenzó a morir físicamente (cf. Génesis 3:19); un proceso de entropía creciente comenzó a afectar su mundo y su cuerpo (cf. Génesis 5:5).

  • La muerte espiritual es la separación del hombre y Dios debido al pecado (Isaías 59:2; cf. Lucas 15:32). En el huerto, Adán y Eva gozaban de comunión íntima con Dios (Génesis 3:8), pero el pecado rompió tal relación. Cuando el hombre desobedeció al mandamiento, el pecado erigió una pared impenetrable entre la santidad de Dios y la impiedad del hombre (cf. Génesis 3:24; Efesios 2:13-16).

  • La muerte eterna es la separación permanente del alma del hombre y Dios debido al término de la vida humana en un estado de pecado (Juan 11:26; Apocalipsis 20:11-14). Adán y Eva habían pecado, y sin una solución para acceder al perdón divino, la muerte eterna era su destino inevitable (Proverbios 14:12; Mateo 7:13).

La consecuencia del pecado de Adán y Eva fue la «muerte» en el sentido absoluto de la palabra (Romanos 5:12-21), y la muerte continúa siendo la consecuencia del pecado para todos ya que todos hemos pecado (Romanos 3:23; 6:23). Desde el Edén, el pecado ha estado tallando una lápida con el nombre de cada persona. De hecho, una de las verdades bíblicas más reales y trágicas es que, dondequiera que una persona peca, un alma muere (Ezequiel 3:16-20; 18:20).

LA SOLUCIÓN DIVINA

El hombre, el pináculo de la creación de Dios (Génesis 1:26-27), había desobedecido a su Creador y había colocado su alma en el camino a la condenación eterna inevitable. Pero el pecado del hombre no tomó a Dios por sorpresa. El hombre ni siquiera había creado el problema cuando Dios ya tenía la solución en Sus manos (cf. 1 Corintios 2:7).

La gracia y el amor de Dios

La solución al problema del pecado tiene su origen en la misma naturaleza de Dios; Él es un Dios de gracia (Tito 2:11), grande en misericordia (Éxodo 34:6), Cuya esencia es el amor en el grado más alto y completo (1 Juan 4:8). Debido a estas características sublimes, Dios quiere que todo hombre, en todo lugar y en todo tiempo, sea salvo (1 Timoteo 2:4). La salvación del pecado es la expresión benévola de la gracia y el amor de Dios (Efesios 2:8).

Generalmente se define la «gracia» como el «regalo inmerecido de Dios para el hombre pecador». Este concepto es correcto, pero no penetra adecuadamente las profundidades de la gracia. En el contexto teológico, la gracia no es simplemente un regalo que no se merece, sino es lo opuesto que el hombre merece. Cuando un criminal es castigado por su crimen, recibe justicia; cuando no es castigado por su crimen, recibe misericordia; y cuando no es castigado por su crimen sino es promovido a una posición de honor, recibe gracia: lo opuesto que merece.

La gracia de Dios no solamente puede librar al hombre de la potestad de las tinieblas (Colosenses 1:13), sino también puede trasladarlo al reino de la luz (Hechos 26:18); no solamente puede desatarle del lazo del diablo (2 Timoteo 2:26), sino también puede darle comunión con Dios (1 Juan 1:3); y no solamente puede evitarle las llamas del infierno, sino también puede abrirle las puertas del cielo (Mateo 25:46).

La justicia y la santidad de Dios

Sin embargo, aunque la gracia y el amor de Dios son tan maravillosos, no son los únicos atributos divinos. Dios es amor, completamente, así como es justo y santo, completamente. Cetro de justicia es el fundamento de Su reino (Salmos 45:6), y Él es «Santo, santo, santo» (Isaías 6:3).

Ya que Dios es justo y santo, entonces el dilema del hombre pecador era insoluble desde una perspectiva humana. Dios no podía salvar al hombre pecador y merecedor de la muerte bajo la prerrogativa de Su gracia y amor absoluto. Si Dios hubiera hecho eso, pudiera haber continuado siendo amoroso, pero hubiera dejado de ser justo y santo y, por ende, hubiera dejado de ser el Dios de la Biblia. Las Escrituras indican que Dios es «muy limpio de ojos para ver el mal» (Habacuc 1:13). Por tanto, «de ningún modo tendrá por inocente al malvado» (Éxodo 34:7).

La justicia y la santidad divina demandaban la condena eterna del hombre pecador, pero la gracia y el amor divino ofrecieron una solución.

El sacrificio del Hijo amado de Dios

¿Cómo podía Dios seguir siendo justo y a la misma vez justificar al hombre pecador? El apóstol Pablo señaló que Dios manifestó Su justicia por Su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, «a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús» (Romanos 3:21-26).

La única manera en que Dios pudo preservar Su santidad y justicia y a la vez justificar al pecador arrepentido fue al ofrecer el pago adecuado por el pecado. Ese pago necesario y único fue el sacrificio de Su Hijo. Nosotros entendemos este concepto. Cuando alguien hurta algo y es llevado a la cárcel, la justicia demanda restitución. Un juez no puede ser justo y a la vez absolver a alguien de su crimen. El criminal debe pagar por su crimen, o alguien más debe hacerlo. Ya que el mismo hombre es incapaz de pagar el precio del pecado, entonces Alguien más (Jesús) tuvo que hacerlo (Isaías 53).

Debido a la gracia y el amor de Dios, Jesús, el Hijo de Dios, santo y perfecto, tuvo que experimentar la muerte en la cruz (Hebreos 2:9). Jesús fue la esperanza de salvación para la primera pareja humana (Génesis 3:15), y todavía es la esperanza de salvación para todo el mundo (Juan 3:16; Romanos 5:18).

CONCLUSIÓN

Este artículo ha abordado lo que Dios ha hecho para ofrecer salvación al hombre pecador, pero la Biblia también indica que Dios demanda que el hombre haga algo para recibir la salvación que ofrece (cf. Marcos 16:16; Hechos 2:38). La Biblia es la historia del dilema humano y la solución divina. El Antiguo Testamento narra la manera en que, por amor al hombre, Dios comenzó el viaje de salvación desde Génesis 3, la Caída, hasta Mateo 27, la Redención; y el Nuevo Testamento continúa ese viaje hasta Apocalipsis 22, el cielo. La solución todavía es el sacrificio de Cristo (Apocalipsis 1:5). Como un escritor ha señalado, «[a]lguien pudiera leer desde Génesis 3:6 a Apocalipsis 22:21 y pinchar cualquier libro con un alfiler figurativo, cualquier capítulo en cualquier libro, cualquier versículo en cualquier capítulo, cualquier palabra en cualquier versículo y cualquier letra en cualquier palabra, y esta derramaría la sangre de Cristo: la respuesta de Dios para el pecado”.[5]

[1] Vea Moisés Pinedo, «El estándar absoluto en la religión», EB Global, 2023, https://www.ebglobal.org/articulos-biblicos/el-estandar-absoluto-en-la-religion.

[2] Vea Moisés Pinedo, «¿Por qué creó Dios el árbol de la ciencia del bien y del mal?», EB Global, 2011, http://www.ebglobal.org/articulos-biblicos/por-que-creo-dios-el-arbol-de-la-ciencia-del-bien-y-del-mal.

[3] William E. Vine, «Pecado, pecar», Vine: Diccionario expositivo de palabras del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento exhaustivo (Colombia: Caribe, 1999), 2:640.

[4] John Sanford, La sanidad del cuerpo y el alma [Healing body and soul] (Louisville, KY: Westminster/John Knox, 1992), p. 113.

[5] Frank Chesser, El retrato de Dios [The portrait of God] (Huntsville, AL: Publishing Designs, 2004), p. 287.