Dos deudores

Resumen

Jesús pagó una deuda que nosotros no podíamos pagar. El amor demanda que nosotros Le paguemos con toda nuestra devoción.

Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado (Lucas 7:41-43).

En este contexto, encontramos dos personajes muy diferentes. Uno es Simón, un fariseo que había invitado a Jesús a cenar con él. El otro es una mujer de reputación mala que interrumpe la escena de manera incómoda y que comienza a «bañar» los pies de Jesús con perfume, lágrimas y besos. Mientras Simón meditaba en el espectáculo con indignación autojustificada y probablemente trataba de ignorar a la mujer, Jesús guio la atención a ella para enseñar lecciones importantes a Simón (como también a nosotros).

Comencemos con algunos contrastes entre los dos personajes.

La mujer tenía fe; Simón tenía dudas

Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, ve en paz» (vs. 50). Por otro lado, Simón pensaba dentro de sí: «Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora» (vs. 39). Alguien en nuestro tiempo pudiera pensar que la fe sola salvó a esta mujer, pero la fe de la mujer fue una fe activa. Realmente, Simón es quien no hizo nada, aunque él tenía una mayor oportunidad de hacer algo (vss. 44-46). Simón tenía suficiente agua y el medio de llevarla a Jesús, pero no Se la ofreció. En cambio, la mujer que no tenía esto, produjo suficiente «agua» con sus lágrimas para lavar la suciedad de los pies de Jesús. Simón no dio un beso de bienvenida a Jesús—una señal de respeto en tal cultura, pero esta mujer besó continua y reverentemente los pies de Jesús. Simón no ungió la cabeza de Jesús con aceite, pero esta mujer ungió los pies de Jesús con mirra costosa.

A diferencia del anfitrión de Jesús, la mujer reconocía su falta de mérito

Ella sabía que era pecadora. Todos lo sabían (vs. 39). Por otra parte, Simón era como el fariseo que oró: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres» (Lucas 18:11). ¿Se puede señalar un contraste que sea más claro entre estas dos personas? ¿Con quién nos identificamos más?

Sin importar lo bueno que pensamos que somos, todos necesitamos perdón. Sea que debamos poco o mucho, no podemos pagar nuestra deuda (vss. 41-42). Todas nuestras buenas obras no pueden remitir un solo pecado, y no existe un solo hombre que sea perfecto (Romanos 3:23; 1 Juan 1:8). Sin Jesús, no hay esperanza para ninguno de nosotros; ¡pero con Él, hay esperanza para todos! Sin importar cuán lejos haya viajado en el camino del pecado, Jesús puede perdonarlo. Jesús reconoció que los pecados de la mujer eran «muchos», pero fueron perdonados (vs. 47).

También podemos aprender que la salvación es por gracia a través de la fe, no a través de nuestras propias obras. Esto no quiere decir que las obras estén excluidas completamente; en cambio, significa que nuestras obras son vanas sin la gracia y dirección de Dios. Como otros fariseos, Simón trataba de autojustificarse por medio de la adherencia estricta a la Ley de Moisés. Lo que él no podía ver es que, el cumplimiento de la Ley, sin importar cuán estricto fuera, no podía producir justificación (Gálatas 3:11). Esta mujer colmada de pecado sabía algo que Simón no sabía: Jesús no solamente era su mejor esperanza, sino su única esperanza.

Jesús pagó una deuda por nosotros que nosotros nunca hubiéramos podido pagar con nuestros propios recursos. El amor demanda que nosotros no Le paguemos nada menos que la medida completa de nuestra devoción.