Cuando los muros caigan

Resumen

Hay muros que deben caer en nuestra vida para gloria de Dios. Por tanto, oremos y trabajemos arduamente para que caigan.

Al séptimo día se levantaron al despuntar el alba, y dieron vuelta a la ciudad de la misma manera siete veces; solamente este día dieron vuelta alrededor de ella siete veces. Y cuando los sacerdotes tocaron las bocinas la séptima vez, Josué dijo al pueblo: Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad. […] Entonces el pueblo gritó, y los sacerdotes tocaron las bocinas; y aconteció que cuando el pueblo hubo oído el sonido de la bocina, gritó con gran vocerío, y el muro se derrumbó. El pueblo subió luego a la ciudad, cada uno derecho hacia adelante, y la tomaron (Josué 6:15-16, 20).

Todo proyecto que valga la pena tiene momentos ocasionales de problemas y desaliento. En la Biblia, leemos en cuanto a hombres como Jeremías y Pablo que enfrentaron muchos ataques contra su carácter y motivos a pesar de que trabajaron más abnegada y diligentemente que cualquiera de sus críticos. Sin embargo, hay ocasiones cuando los muros caen y las montañas se mueven. Hay ocasiones cuando vemos «el misterio de la piedad» (1 Timoteo 3:16) en los corazones de personas e incluso comunidades completas. Los muros no caerán simplemente porque nosotros queremos que lo hagan; y si tales muros continúan en pie, debemos considerar si la razón no es el temor de lo que pueda suceder después que caigan.

Cuando los muros caigan, debemos darnos cuenta de que no lo logramos por nosotros mismos

Los muros de Jericó no cayeron simplemente porque Israel marchó alrededor y gritó. Tanto el muro exterior y el muro interior de la ciudad tenían varios pies de anchura. Pero cayeron porque Dios había entregado la ciudad en las manos de ellos (Josué 6:16). Este también fue el caso cuando Dios venció al ejército egipcio en el Mar Rojo (Éxodo 14), cuando libró a los israelitas de las manos de los madianitas en el tiempo de Gedeón (Jueces 7), y cuando usó a un pastor joven para derrotar a un campeón filisteo (1 Samuel 17). En cada ocasión, Dios Se aseguró de que no hubiera duda de que Él era el Autor del éxito de Sus hijos. Cuando los muros caigan, demos a Dios la gloria que Él Se merece.

Cuando los muros caigan, debemos tener en cuenta que todavía no hemos terminado nuestro trabajo

Cuando Israel venció a Jericó, se le instruyó avanzar a Hai (Josué 7:2). De la misma manera, aunque se logró mucho en el primer viaje misionero de Pablo (Hechos 13-14), él no consideró que su trabajo como apóstol había terminado con este éxito (cf. Filipenses 3:13-14; 2 Timoteo 4:6-8). En vez de gloriarnos en los logros pasados, o quejarnos de los fracasos, debemos mirar hacia adelante. Cuando los muros caigan, no debemos detenernos demasiado a celebrar, ya que todavía hay muchas batallas que debemos pelear.

Cuando los muros caigan, debemos construir algo mejor en su lugar

Cuando Jericó fue destruido, Dios dijo que nunca debería ser reedificado (Josué 6:26), sino que debería ser reemplazado con algo mejor: una nación santa (cf. Éxodo 19:6). De igual manera, cuando sacamos al diablo de nuestra vida, debemos reemplazarlo con el Señor; de no ser así, el diablo regresará (cf. Lucas 11:24-26). Si rechaza al mundo y sus placeres, pero no llena su vida de la verdad, las buenas obras y la comunión espiritual (Efesios 4:17-24), entonces expondrá su alma a un destino incluso peor que el primero (2 Pedro 2:20).

Algunos de los israelitas pueden haber temido la batalla que les esperaba más allá de los muros, y tal vez nosotros también tememos lo que está más allá de nuestros muros tanto que no oramos y trabajamos para que caigan. Pero si nos quedamos sentados y solamente esperamos que algo suceda, entonces nada sucederá.