Tres Razones por las Cuales Quiero Ir al Cielo

Este artículo es un proyecto personal. El mundo y sus afanes continúan abrumándome, quitándome las energías, ocupando mi tiempo y dominando mis pensamientos. Mientras pasan los años, he decidido recordar otra vez lo que creo y cuál es mi propósito.

¿Por qué realmente quiero ir al cielo?

Quiero ir al cielo para ver a gente que extraño y continuar relacionándome con gente que amo.

Mi deseo del cielo se hace más fuerte con cada visita al cementerio. Cuando tenemos más edad, hablamos más acerca de la gente del pasado. En algún punto de nuestras vidas, nos damos cuenta que tenemos más seres queridos en el otro lado de la eternidad que aquí.

El Antiguo Testamento reconoce esta verdad y a menudo usa la expresión que alguien “fue unido a su pueblo” (Génesis 25:8,17; 35:29; 49:33; Números 20:24; 27:12-13). Cuando Jacob pensó que José estaba muerto, deseaba verle (Génesis 37:35), y sin duda deseaba más el cielo que antes. David quería ir al cielo para ver a su hijo que vivió solamente un tiempo corto (2 Samuel 12:22-23). Personalmente, quiero ver a mis abuelos, ancianos bajo quienes he servido, mis maestros y mentores, predicadores que he conocido y respetado, y amigos cristianos con los cuales he adorado y trabajado. ¡Puedo verles con los ojos de mi mente, todos en una línea en la orilla del “Jordán” para recibirme cuando mi bote llegue!

Además, quiero ir al cielo para que pueda continuar relacionándome con gente que amo. La única manera que alguien pueda continuar relacionándose con un cónyuge, hijo, padre, abuelo, familiar lejano, hermanos y hermanas en Cristo y amigos es ir juntos al cielo. No podemos seguir relacionándonos con ellos de una manera indefinida aquí, ya que las circunstancias y la muerte finalmente nos separarán. No habrá compañerismo en el infierno, ya que es un lugar sin consuelo lleno de oscuridad, agonía, sed y miseria (cf. Lucas 16:19-31). Ya que las relaciones ofrecen felicidad y respiro, podemos estar seguros que no se las permitirán en el reino del diablo.

Pero en el cielo los cristianos pueden continuar relacionándose con toda la gente que aman. Jesús explicó que los casados no continuarán casados en el cielo (Mateo 22:30), pero nos conoceremos allí. Abraham todavía era Abraham, y Lázaro todavía era Lázaro en el paraíso (Lucas 16:23). Ellos se reconocieron, aunque nunca se habían conocido en la tierra. Pedro, Jacobo y Juan reconocieron a Moisés y Elías en el Monte de la Transfiguración (Mateo 17:3-4). Pablo dijo a los tesalonicenses que cuando Jesús regrese, traerá con Él los espíritus de sus seres queridos que habían muerto siendo cristianos (1 Tesalonicenses 4:14). Se podrá reconocer a esos espíritus, o estas palabras no hubieran consolado a los tesalonicenses (4:18).

Quiero ir al cielo para ser librado del temor de la muerte.

Seré honesto: no espero la muerte con ansia. Tendré que morir una vez para salir de este mundo (a menos que Jesús venga antes), pero con seguridad, ¡no quiero hacerlo dos veces!

Y no tendremos que hacerlo, porque “el postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1 Corintios 15:26). La Biblia usa 904 veces la palabra “muerte” (en sus varias formas). La penúltima vez es Apocalipsis 21:4, que dice que no habrá muerte en el cielo. Los carros fúnebres habrán realizado su último viaje. No verá una cola larga de autos con sus luces prendidas que siguen a un carro fúnebre. No habrá más servicios fúnebres, no más lápidas, no más planes fúnebres caros, y no más despedidas llenas de lágrimas. No habrá bóvedas con los nombres de seres queridos. No encontrará ciudades silenciosas para los muertos en el cielo, ¡ya que nadie jamás muere allí!

Quiero ir al cielo para ver a mi Padre.

Hasta ahora he predicado sermones sobre el cielo por un cuarto de siglo. El contenido de esos sermones no ha cambiado mucho durante los años, pero el énfasis lo ha hecho. Solía ser más en cuanto a mansiones, coronas, reuniones y recompensas. Ahora es más acerca de quién estará allá que acerca de qué habrá allá.

Alguien observó: “Lo que hace al cielo cielo es Dios”. Si las calles fueran de grava en vez de oro, si las paredes fueran de yeso en vez de jaspe, si la Calle Principal estuviera cubierta de barro hasta las rodillas, y las cizañas cubrieran la hierba, todavía sería el cielo porque Dios está allí. El mayor placer del Paraíso no era el clima o la fruta fresca; era que Dios caminaba con Adán y Eva al aire del día (Génesis 3:8). Él no solamente les creó, les puso en un huerto y se olvidó de ellos, sino pasó tiempo con ellos.

De esa manera será el cielo. Dios pasará tiempo con cada uno de nosotros. Juan oyó una gran voz del cielo que decía: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apocalipsis 21:3).

El aspecto más maravilloso del cielo será la presencia de la Deidad—el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Apocalipsis 1:4-5). Claramente Dios es el “lucero” del cielo. Los cuatro seres vivientes que Juan describió constantemente Le adoraban, diciendo, “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir” (Apocalipsis 4:8; cf. 4:10-11; 5:9).

R.G. Lee observó: “El cielo es el lugar más maravilloso que la sabiduría de Dios pueda concebir y que el poder de Dios pudiera preparar”. ¿Tiene la esperanza de ir al cielo?