“Sed Perfectos”

Resumen

En vez de comparar mis acciones con las de mi prójimo, debo comparar mi corazón con el de Dios; Él es el estándar perfecto.

Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mateo 5:48).

Vivimos en una sociedad obsesionada con la comparación. Quiero saber si mi peso se compara al de otros que tienen la misma edad y altura. Quiero que mi hijo sea tan inteligente como otros en su escuela. Quiero que la hierba en mi patio luzca tan verde como la de mi vecino, y que el auto que maneje sea al menos tan nuevo como el de él. Quiero saber si mis fondos de jubilación son comparables a los de aquellos que tienen ingresos similares al mío.

¿Cuál es el problema de esta manera de pensar? El problema es que, al compararnos constantemente con otros, a menudo no vemos lo que debe ser nuestra meta. No debería preocuparme de mi peso para calzar con los demás; debe importarme ya que quiero ser un buen administrador del cuerpo que Dios me ha dado. Si esta es mi meta, no me sentiré obsesionado por los números en la balanza de mi baño; ¡de hecho, incluso puedo no querer una balanza en mi baño! Si mi interés es que mi hijo tenga una educación que lo beneficie en la vida, no me preocuparé mucho en cuanto a las mejores notas sino en que aprenda y aplique lo que aprenda. Si una casa mantenida regularmente es una meta de administración adecuada, entonces es una meta buena; pero si es una meta de vanidad, entonces es pecaminosa.

El mundo no ha cambiado mucho en los dos milenios pasados. En la Palestina del primer siglo, muy pocos incluso se elevaron por encima de las expectativas sociales del tiempo. Los escribas y los fariseos habían establecido el estándar de la moralidad. Los estándares de ellos en cuanto a la caridad, la oración, el ayuno y otros rituales religiosos parecían ser insuperables. Pero en el Sermón del Monte, Jesús reveló la luz celestial y expuso la hipocresía que motivaba tales prácticas seudopiadosas. Jesús instó a Sus oyentes a aspirar a un estándar más alto de justicia (Mateo 5:20). Él les dijo que no solamente fueran correctos en sus acciones, sino incluso en sus pensamientos. Los exhortó a que hicieran más de lo que otros (incluyendo sus enemigos) demandaban. De hecho, fue tan lejos como para mandar que amaran a sus enemigos. Si nosotros amamos solamente a aquellos que nos aman, ni siquiera ganamos en el juego inepto de la comparación, ya que incluso los hombres poco morales aman a sus amigos (Mateo 5:46-47). ¿Pero quién pensaría en amar al enemigo? Dios lo hace, y si Él realmente es nuestro Padre, ¿no deberíamos acudir a Él en busca de nuestro estándar?

Aunque parezca radical hacer del amor perfecto de Dios nuestra meta, esto no es algo nuevo. Dios dijo a Israel: “Porque yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: seréis, pues, santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:45). Si mi Padre ama a Sus enemigos, entonces esto debe ser lo que un ser santo hace, y esto debe ser mi meta. Si mi Padre no tiene motivo escondido para hacer lo bueno, entonces esto debe ser lo que un ser santo hace, y yo necesito analizar mis motivos cuando hago una buena obra. En vez de comparar mi justicia con la justicia de otro, debo considerar a Dios como mi estándar y buscar Su justicia (Mateo 6:33). Al hacerlo, puedo no llenar las expectativas de los demás ya que estoy haciendo mis obras en secreto siempre que sea posible, pero esto está bien. La razón es que ya no es mi meta llenar las expectativas de otros. Mi nueva meta es amar a Dios y amar a todos los que son creados a Su imagen (vea Gálatas 1:10-20).

Pablo señaló que es imprudente compararse con otros (2 Corintios 10:12). En vez de comparar mis acciones con las de mi prójimo, debo comparar mi corazón con el de Dios, y cuando lo haga, descubriré que siempre hay lugar para la mejora.