«No lo digas a nadie»

Resumen

Jesús mandó que algunos no contarán lo que había hecho, pero ahora manda que lo hagamos. Nosotros debemos obedecerlo.

Sucedió que estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él. Y él le mandó que no lo dijese a nadie; sino ve, le dijo, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación, según mandó Moisés, para testimonio a ellos. Pero su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades (Lucas 5:12-15).

Se ha dicho que la información que corre de boca a boca es la forma más eficaz de hacer publicidad ya que cuesta muy poco y puede extenderse rápidamente. Cuando vemos o experimentamos algo extraordinario, no podemos esperar hasta contarlo a otros. Cuando Jesús estuvo en la tierra, tocó la vida de mucha gente. Sin embargo, en muchos casos, Jesús instó a la gente que sanaba que no delatara Su identidad. Además de mandar al hombre leproso de Lucas 15 que no dijera en cuanto a la sanidad a nadie, Jesús dio el mismo mandamiento a otros que sanó (Marcos 7:36; 8:26). Cuando Jesús resucitó a la hija de Jairo, «les mandó que a nadie dijesen lo que había sucedido» (Lucas 8:56). Cuando Pedro confesó la deidad de Jesús, Jesús mandó a Pedro y al resto de «sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo» (Mateo 16:20). Cuando Pedro, Jacobo y Juan atestiguaron la transfiguración, Jesús les mandó que no contaran «a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos» (Mateo 17:9). ¿Por qué mandó Jesús que estos hombres no contaran esto, pero nos manda a nosotros a hacerlo?

Primero, ¿por qué Jesús dijo a esta gente que no informara a nadie en cuanto a Su identidad u obras? La razón principal es que no había llegado el tiempo para que Su deidad fuera revelada. Antes del día de Su arresto en el Getsemaní, mucha gente ya había deseado arrestar a Jesús, pero Su hora todavía no había llegado (Juan 7:30; 8:20). La declaración pública de la deidad de Jesús no hubiera sido de ayuda al principio de Su ministerio; en cambio, podía haberlo dificultado. Mateo señala este punto en su narración y alude a Isaías como sostenimiento (Mateo 12:18-21; cf. Isaías 42:1-4). Jesús necesitaba mantener una actitud discreta al comienzo de Su ministerio con el fin de terminar Su misión.

Por otra parte, una vez Jesús dijo a los Doce: «Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas» (Mateo 10:27). Bajo la Gran comisión, ahora se nos manda a enseñar a todas las naciones. En los primeros años de la iglesia, los discípulos «iban por todas partes anunciando el evangelio» (Hechos 8:4). Este trabajo evangelístico comenzó en Jerusalén, y luego continuó su camino «en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8).

La realidad triste y extraña es que los mandamientos de Jesús nunca han sido obedecidos como deberían serlo. Muchos a quienes pidió silencio desobedecieron. Cuando Jesús mandó al hombre leproso a no contar a nadie, el hombre difundió la fama de Jesús hasta el punto en que Él tuvo que retirarse a enseñar en otro lugar (Lucas 5:14-16). Se puede encontrar otros ejemplos similares en los evangelios (Mateo 9:26). Aunque de ninguna manera se debe excusar las acciones de estas personas, se puede entender su desobediencia ya que ellos quisieron que todos supieran «cuán grandes cosas había hecho Jesús con [ellos]» (Lucas 8:39).

De manera similar, hoy muchos desobedecen el mandamiento de Jesús a contar a otros lo que Él ha hecho. Cuando las autoridades trataron de parar la predicación de Pedro y Juan, ellos dijeron: «no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído» (Hechos 4:20). Nosotros debemos tener la misma actitud de estos apóstoles valientes: ¡no debemos dejar de contar a otros en cuanto a Jesús y las cosas que Él ha hecho por nosotros!