La palabra favorita de Pablo

Resumen

Pablo escribió más libros en el Nuevo Testamento; también escribió más sobre esta pequeña palabra con gran significado.

Pablo escribió más de 40 000 palabras en el Nuevo Testamento. ¿Cuál fue la palabra favorita de Pablo? Se pudiera sugerir la «fe», ya que Pablo enfatizó su importancia (él la usó 171 veces en sus epístolas) o el «amor» (99 veces), ya que él escribió «El capítulo del amor» de la Biblia (1 Corintios 13). Pero hay más prueba para sugerir la palabra «gracia».

Pablo escribió más libros del Nuevo Testamento que cualquier otro escritor; también escribió más en cuanto a la gracia que cualquier otro escritor inspirado. Si Hebreos también es de su autoría, entonces usó esta palabra 99 de las 131 veces que aparece en el Nuevo Testamento (de no ser así, 91 veces). Él comenzó y terminó cada una de sus epístolas firmadas con una referencia a la gracia.

Pablo enseñó cuatro verdades grandes en cuanto a la gracia

Hay gracia abundante para los pecadores flagrantes. Se cometen más de veinte faltas en un juego regular de baloncesto. De vez en cuando, los árbitros determinan que una falta es lo suficientemente violenta o peligrosa como para considerarla «flagrante». Esto puede causar la expulsión del jugador.

Se cometen muchos pecados cada día, pero la sociedad solamente considera a pocos como «flagrantes». Los drogadictos, los ladrones, los abusadores de mujeres y niños, los homicidas, los alcohólicos, los apostadores compulsivos, los adúlteros, las prostitutas y los ex presidarios definitivamente necesitan el Evangelio. Pero ¿está disponible el Evangelio para estos pecadores acérrimos?

No había un Las Vegas o San Francisco en el Imperio romano, pero había una ciudad llamada Corinto. Se conocía extensamente a sus habitantes por la inmoralidad y la impiedad. El evangelismo en ese lugar causó temor en el corazón del valiente apóstol Pablo (Hechos 18:9-10; 1 Corintios 2:3). Él pudo haber pensado: «Sin duda estoy perdiendo mi tiempo aquí». Pero el Señor sabía lo que Pablo no sabía. Pronto los nombres de aquellos que salían en los registros policiales serían escritos en el libro del cielo (cf. Lucas 10:20); aquellos que eran listados en las columnas de chisme pronto serían listados en los boletines de la iglesia. Después Pablo escribió en cuanto a ellos:

[N]i los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús (1 Corintios 6:9-11).

Pablo se calificó como el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:14-15) que fue salvo por la gracia abundante de Dios. Si hubo suficiente gracia para salvar a una ciudad inmoral y a un asesino de cristianos (Hechos 7:58), entonces hay suficiente gracia para salvar a cualquier pecador hoy.

Hay gracia necesaria para los pecadores ordinarios (Romanos 3:9-12). Se pensaría que grandes multitudes llegarían a aceptar la maravillosa gracia de Dios. ¿Por qué no responde más gente al ofrecimiento divino de la salvación?

Muchos no entienden que necesitan la gracia. Alguien puede decir: «La gente mala necesita la gracia, pero yo soy una persona buena. No soy perfecto, pero no soy tan malo como ellos». Ser una persona moral buena no es lo mismo que ser una persona cristiana. En casi cada conversión registrada en Hechos, aquellos que fueron salvos ya eran personas religiosas y morales.

Naturalmente, es mejor ser una persona moral, un buen vecino y ciudadano, y un esposo o padre decente que ser culpable de muchos pecados, pero todo pecador está perdido. Los pecadores flagrantes pueden estar a un extremo del espectro y pueden creer que son demasiado malos para la gracia; los pecadores ordinarios están en el otro extremo y pueden creer que son demasiado buenos para la gracia.

Santiago escribió: «Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos» (2:10; cf. Isaías 64:6). Pablo presentó su conclusión en cuanto a la condición del hombre: todo el mundo es culpable delante de Dios (cf. Romanos 3:23; 6:23). El fundamento de su argumentación tiene que ver con nuestro tema:

[Y]a hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno (Romanos 3:9-12).

Ya que todos somos culpables, entonces todos necesitamos la gracia. Perder el cielo es ganar el infierno. No hay término medio.

Si comparamos nuestra condición con la santidad de Dios, nadie luce bien (cf. Mateo 18:24). Un rascacielos es mucho más alto que una casa. Desde abajo, se puede ver el gran contraste entre sus alturas. Pero ¿cuál está más cerca de la luna? Sin duda, la parte superior del rascacielos está más cerca de la luna, pero ¿importa mucho si se tiene en cuenta que la luna está a 240 000 millas de la tierra? Realmente no hay diferencia significativa.

Espiritualmente, incluso los mejores entre nosotros todavía están a una distancia infinita de Dios (Isaías 59:1-2). Si olvidamos esto, es porque sobrestimamos nuestra bondad y subestimamos la santidad de Dios.

Hay gracia diaria para los cristianos que pecan. Según Juan, los cristianos que dicen que no pecan, mienten (1 Juan 1:6-10). El pecado requiere la gracia. Los hijos de Dios tienen el privilegio de acceder a un reservorio ilimitado de la gracia: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16).

Hay gracia maravillosa para los pecadores que obedecen. No se puede ganar la salvación por las obras o por medio del hombre. La salvación es por gracia y por medio de Dios (Efesios 2:8-9). El énfasis es en lo que Dios hace por nosotros, no en lo que hacemos por Dios. Las ruedas pequeñas giran por la fe nuestra, pero las ruedas grandes giran por la gracia de Dios.

Sin embargo, algunos, como Martín Lutero y Juan Calvino, han declarado erróneamente que Pablo enseñó que la salvación es por gracia sola a través de la fe sola, usando pasajes como Efesios 2:8-9 y Romanos 4:1-8. Ellos enseñaron una fe que no requiere hacer nada, obedecer nada o esforzarse por nada. Hicieron de la fe un «paraguas» mágico que ofrece salvación a una persona que todavía está en sus pecados.

Un joven preguntó a un predicador: «Señor, ¿qué debo hacer para ser salvo?». El predicador respondió: «Hijo, ya es demasiado tarde». El joven exclamó: «¡Qué! ¿Es demasiado tarde para ser salvo?». El predicador respondió: «No; es demasiado tarde para hacer algo. Jesús lo hizo todo dos mil años atrás».

Pero si no se requiere nada del hombre, entonces Pedro perdió una gran oportunidad de decir esto cuando se le preguntó: «Varones hermanos, ¿qué haremos?» (Hechos 2:37). Él debería haber dicho: «Amigos, es demasiado tarde. Jesús lo hizo todo cincuenta días atrás en la cruz. No hay nada que deben hacer».

Sin embargo, por inspiración, dijo: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados» (2:38). «Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación» (2:40). ¿En qué sentido podían ellos salvarse? No al merecer el favor divino de la salvación, sino al cumplir las condiciones divinas de la salvación.

¿Qué entendió Pablo que la salvación por gracia involucraba en su conversión? Cuando Saulo (luego llamado Pablo) estaba en el camino a Damasco, el Señor se le apareció. Cuando Saulo reconoció su gran pecado de perseguir a Cristo, preguntó: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?» (Hechos 9:6).

Si es que no se puede hacer nada para la salvación, sin duda Pablo no hubiera usado la palabra «haga». Sin duda Jesús lo hubiera corregido. Pero Jesús le dijo: «Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer» (Hechos 9:6).

Tal vez Saulo «entendió mal» la manera en que Jesús usó la palabra «hacer». Si este hubiera sido el caso, el inspirado Ananías lo hubiera clarificado. Pero Ananías le mandó: «¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre» (Hechos 22:16). Saulo entendió que la fe necesitaba actuar, y él, «levantándose, fue bautizado» (Hechos 9:18).

¿Negó Pablo luego lo que hizo, avergonzado de que hubiera estado tratando de merecer la salvación? No. Él escribió que la fe obra por el amor (Gálatas 5:6), y enlazó la gracia con la obediencia (Tito 2:11-12). Él instó a los cristianos a ocuparse en la «salvación con temor y temblor» (Filipenses 2:12).

Pablo no se contradijo cuando escribió de la salvación por gracia (Efesios 2; Romanos 4) y fe obediente (Romanos 1:5), la obediencia a la verdad (Romanos 2:8; Gálatas 3:1), la obediencia al Evangelio (Romanos 10:16) y la obediencia a Cristo (Hebreos 5:8-9). Ambas cosas son parte del plan de Dios.

Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres (Juan 8:36).