En Busca de Esperanza

Resumen

Todos necesitamos esperanza. Jesús devolvió la esperanza a la gente de Su tiempo, y hoy ofrece esperanza a nosotros.

La tripulación de un submarino S-4 quedó atrapada después que un barco golpeara al submarino y lo hundiera inmediatamente en la costa de Massachusetts. Todos los esfuerzos de rescate fallaron. Casi al final, un buzo escuchó golpes desde adentro, y colocó su oído en la pared de la nave. Él reconoció el Código Morse y descifró la pregunta. Esta decía lentamente:

“¿Hay…alguna…esperanza?”.​

Todos necesitamos esperanza. Tal vez las dos palabras más tristes en cualquier idioma sean: “Sin esperanza”. Algunas veces nos sentimos abrumados, frustrados y estresados. El colegio puede hacer que los jóvenes se sientan desesperados. Las relaciones pueden causar que algunos tengan serios dolores de cabeza. La presión del trabajo puede subir la presión sanguínea y agotar nuestra paciencia.

Jesús devuelve la vida a la gente. Como una foto antigua abandonada bajo el Sol, la vida de pecado pronto pierde su color. Como una bebida helada que se abandona por mucho tiempo, pierde su sabor. Como el pan que tiene una semana, se vuelve dura. Como un juego que se realiza demasiadas veces, pierde su atractivo. Los que han sufrido por el pecado necesitan fortalecimiento, avivamiento y renovación. Cuando el hijo pródigo muy extrañado regresó, su padre instó a su hermano mayor a aceptarlo, razonando que “era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (Lucas 15:32). Pablo dijo que aquellos que han estado muertos en pecados son vivificados en Cristo (Efesios 2:5).

No todas las congregaciones han aprendido a cantar según la armonía de la esperanza. Robert Louis Stevenson escribió en su diario: “¡Maravilla de maravillas! Hoy he estado en la iglesia, y no estoy deprimido”.[1] Aunque todos necesitamos buenas lecciones sobre el pecado, los predicadores no deberían despedir a los oyentes con desesperación. Shakespeare dijo sobre esto:

Quien roba mi dinero roba escoria; esto es algo, pero realmente nada;

era mío, y ahora es suyo, y ha servido a miles más.

Pero el que hurta mi coraje,

me roba algo que no le hace rico,

pero su falta realmente me empobrece.

Jesús devolvió la esperanza a la gente.

Jesús devolvió la esperanza a la mujer samaritana.

Jesús Se encontró con la mujer samaritana en el pozo (Juan 4). Ella era alguien marginada por su propia comunidad, había tenido cinco compañeros previos, y estaba viviendo con un hombre más. Jesús no ignoró su pecado, pero le enseñó un camino mejor.

Jesús devolvió la esperanza a Pedro.

El ángel dijo a las mujeres: “[D]ecid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo” (Marcos 16:7). ¿Por qué dijo “y a Pedro”—si Pedro estaba incluido en los discípulos? Esto quiere decir: “especialmente a Pedro”. Pedro había negado a Jesús, y luego se había arrepentido, así que Jesús quería que Pedro supiera esto: “Todavía tengo un lugar para ti. No estoy molesto contigo; me importas”. ¡Cuán confortantes habrán sido esas palabras para Pedro!

Jesús devolvió la esperanza a la mujer sorprendida en adulterio.

Jesús dio esperanza a una mujer adúltera (Juan 8). Póngase en el lugar de esa mujer sorprendida en adulterio. Se le había arrastrado de su cama y se le había traído ante Jesús (8:3-4). Aunque su pecado nos desilusiona, todavía no podemos evitar sentir algo de lástima por ella. ¡Cuán avergonzada debió haber estado! ¡Su rostro debe haber estado rojo, y su corazón le debe haber dolido mientras esperaba la condena de Jesús, así como la había recibido de los otros hombres!

Los acusadores de la mujer preguntaron a Jesús qué debían hacer, tratando de tenderle una trampa. Él comenzó a escribir en la tierra, y no dijo nada. Ellos demandaron una decisión. Finalmente dejó de escribir, y dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7). Luego siguió escribiendo. Uno por uno, los acusadores comenzaron a alejarse, siendo acusados por sus mismas conciencias.

Cuando todos se hubieron marchado, Jesús preguntó a la mujer: “¿[D]ónde están los que te acusaban?” (8:10). La mujer respondió que se habían marchado. Jesús dijo: “Ni yo te condeno” (vs. 11). ¡Qué alivio debió haber sido eso! Eso debió haber producido lágrimas a la mujer. Tal vez miró las piedras que sus acusadores habían dejado caer mientras se iban. Si no hubiera sido por Jesús, esas piedras hubieran sido manchadas con su sangre y amontonadas encima de su sepulcro.

¡Jesús no la condenó a muerte! A la vez, no excusó su aventura. No había condenado su vida ni aprobado su comportamiento. Llamó pecado a tal relación, y le dijo que pusiera fin a eso: “[V]ete, y no peques más” (8:11). Lo que se le dio fue una segunda oportunidad. Ella se fue de la presencia de Jesús con una perspectiva nueva.

Hoy Jesús devuelve la esperanza a la gente.

¿Necesita esperanza la gente de hoy? Nuestra sociedad se enfoca más en el pasado deprimente que en el futuro resplandeciente. En un día de desilusión, Benjamin Franklin dijo: “El que vive en esperanza, morirá de hambre”.[2] Abraham Cowley dijo: “La esperanza es lo que desespera más en el mundo”.[3] Años atrás el presidente de Harvard, Charles Eliot (1834-1926), dijo en cuanto a la facultad: “Las cosas parecen ir muy bien desde que prevalece un espíritu de pesimismo en todos los departamentos”.[4]

Sin embargo, la mayoría de nosotros no quiere vivir en pesimismo y desesperación. De manera instintiva, entendemos que Dios tiene algo mejor para nosotros. Nuestro Padre amoroso nos entiende. Ya que es “el Dios de esperanza” (Romanos 15:13), da esperanza como un río produce agua. De hecho, Dios ha creado un “cofre de esperanza” y lo ha llenado de razones para vivir y regocijarse. El cofre de esperanza de Dios es la iglesia. En ella, se vive en “esperanza” (Tito 1:2); fuera de ella, no se tiene esperanza (Efesios 2:12).

La iglesia de Cristo es el lugar correcto para buscar esperanza. Se encuentra la palabra “esperanza” 130 veces en la Escritura. Se puso a la Esperanza en un pesebre, y la Esperanza resucitó de los muertos al tercer día. La esperanza está en Dios (1 Pedro 1:21) y en nosotros (1 Pedro 3:15). Está viva y es firme (1 Pedro 1:3,13), incluso hasta la muerte (Proverbios 14:32). ¡Un aire de esperanza rodea a los que creen que su pasado es perfecto (perdonado), que su presente tiene propósito y que su futuro es el paraíso! En cualquier domingo en que los cristianos se reúnen, hay gozo y alegría, conversación emocionante y amistad genuina que se aviva en la comunión. Tal experiencia es un santuario de esperanza en el mundo.

Nosotros podemos vivir “en la esperanza de la vida eterna” (Tito 1:2). Dios “nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros” (1 Pedro 1:3-4). Como Jesús, a través de Jesús y por Jesús, la iglesia ofrece esperanza a los pecadores.

Un predicador visitó a una mujer llamada Esther un poco antes de que falleciera. Ella le dijo que su yerno la había invitado a visitarle en Washington, pero ella le dijo: “No puedo. Tengo que estar cerca del cementerio”. Luego añadió: “Esta semana me compré un ataúd hermoso. ¡Estoy muy emocionada!”.

Vance Havner dijo: “Siento nostalgia del cielo. Es la esperanza de la muerte la que me ha mantenido con vida por tanto tiempo”.[5]

Referencias

[1] Edwards, Judson (2005), El Laberinto del Liderazgo [The Leadership Labyrinth] (Macon, GA: Smyth & Helwys), p. 29.

[2] “Citas de Benjamin Franklin”, Brainy Quote, https://www.brainyquote.com/quotes/benjamin_franklin_122387.

[3] Abraham Cowley, Good Reads, https://www.goodreads.com/quotes/714864-hope-is-the-most-hopeless-thing-of-all.

[4] “La Conferencia de Prensa del Presidente” [“The President’s News Conference”] (1946), The American Presidency Project, https://www.presidency.ucsb.edu/documents/the-presidents-news-conference-424.

[5] Citado por Billy Graham en “Enfrentando la Muerte” [“Facing Death”], Word, 1987, p. 171.