Dios y el Orgullo No Tienen Nada en Común

Resumen

Si quiere agradar a Dios, debe decidir humillarse y someterse a Su voluntad, la Palabra escrita, en toda área de la vida.

Una vez estaba teniendo un estudio bíblico con alguien; el estudio se trataba específicamente del matrimonio. La situación que estábamos discutiendo era una violación clara de Mateo 19:9; no había duda en absoluto en cuanto a esto. Pero la persona con la cual hablaba persistía en que tenía el derecho de hacer lo que quería hacer al respecto. Uno de sus enunciados que me llamó la atención fue: “¿No crees que la gracia de Dios cumple algún rol en este asunto?”.

Esta pregunta ilustra una idea predominante que mucha gente religiosa tiene: que la gracia de Dios cubre cualquier cosa que haga. De hecho, la pregunta de esta persona sugiere que alguien puede vivir en desobediencia completa ante Dios y que al mismo tiempo la gracia de Dios puede cubrirlo.

Un punto relacionado a esta idea es pensar que alguien puede enseñar Juan 3:16 con pasión, incluso de manera exacta, y que la gracia de Dios lo cubrirá si rechaza enseñar de manera exacta lo que Hechos 2:38 declara. Yo incluso conozco a personas que sugieren que no se necesita entender y obedecer Hechos 2:38 porque Juan 3:16 cubre todo. Desde luego, esta posición es equivocada y ha guiado a muchos cristianos a abandonar la enseñanza clara de la Escritura, ya que ellos piensan que la “sinceridad” es un reemplazo adecuado para la “obediencia”.

Lo cierto es que, si quiere agradar a Dios, debe humillarse y someterse a Su voluntad en toda área de la vida—especialmente en lo que enseña en Su nombre. Considere al falso profeta llamado Hananías en Jeremías 28 y su interacción con Jeremías. ¡Dios hirió de muerte a Hananías porque mintió en el nombre de Dios! Dios y el orgullo no tienen nada en común.

Solamente yo tengo el control de someterme a mí mismo. Esta es mi elección. Dios puede corregirme; puede usar varios medios y circunstancias. Pero yo tengo la responsabilidad de arrepentirme y humillarme.

Asegurémonos de que estemos sometiéndonos a las enseñanzas de Dios y que no estemos presentando excepciones para Sus mandamientos.