“¿Qué?” y “¿Cuándo?”—Un Estudio Sobre la Salvación

Todos entendemos la diferencia entre las preguntas “¿Qué?” y “¿Cuándo?”. La primera pregunta tiene que ver frecuentemente con el sujeto o la causa, mientras que la segunda pregunta está relacionada al tiempo. En el aspecto secular, el uso adecuado de estas dos preguntas es un asunto de entendimiento común; sin embargo, en el aspecto religioso de vez en cuando se malentienden estas preguntas y se mezclan sus respuestas.

La salvación es un aspecto bíblico de importancia crucial en el cual se ha malentendido, tergiversado y respondido incorrectamente las preguntas “¿Qué?” y “¿Cuándo?”. El Nuevo Testamento responde implícitamente y explícitamente las preguntas: “¿Qué es lo que salva?” y “¿Cuándo llegamos a ser salvos?”. Es necesario conocer la diferencia.

“¿QUÉ ES LO QUE SALVA?”

En el Nuevo Testamento a menudo se usa los términos “perdón” y/o “remisión de pecados”, “justificación”, “santificación”, et.al., intercambiablemente con el término “salvación”. Es decir, “recibir el perdón de los pecados” es equivalente a “recibir la salvación” (Hechos 2:38,47), y “ser justificado o santificado” es equivalente a “ser salvo” (Romanos 3:24; Hebreos 10:10). Entonces, ¿cuál es la causa del perdón, la justificación y la santificación? ¿Qué es lo que nos salva?

La mayoría de gente que cree en la Biblia está de acuerdo que la causa de la salvación es el sacrificio de Jesucristo. Dios mostró Su gracia al dar a Su Hijo unigénito en sacrificio para que el mundo sea salvo (Juan 3:16-17). Por ende, Pablo pudo declarar, “Por gracia sois salvos” (Efesios 2:4-8). Aunque el Nuevo Testamento hace referencia de una manera general a la gracia y el sacrifico de Jesucristo como la causa de la salvación, en muchos pasajes hace mención específica a la sangre de Cristo como el agente que borra las trasgresiones del hombre y le provee la salvación de su alma.

Al hablar simbólicamente del elemento líquido en la cena memorial cristiana, Jesús declaró: “[E]sto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:28; cf. Marcos 14:24; Lucas 22:20). En Hechos 20:28, Pablo amonestó a los ancianos en Mileto a apacentar la iglesia del Señor, “la cual él ganó por su propia sangre”. En Romanos 3:24-25, señaló: “[S]iendo justificados gratuitamente por su gracia [de Dios], mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (cf. 5:9). En Efesios 1:7, añadió que “tenemos redención por su sangre [de Cristo], el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (cf. 2:13; Colosenses 1:14).

Al hablar del sacerdocio mesiánico, el escritor de Hebreos dijo que “por su propia sangre, [Jesús] entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (9:12; cf. 9:22). También indicó que “Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta” (13:12). Pedro mencionó que los cristianos habían sido rescatados de la vieja vida “con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:19). Juan confirmó que la “sangre de Jesucristo su Hijo [de Dios] nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Y en su registro de la revelación del Hijo, Juan hizo referencia a Jesús como Quien “nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1:5; cf. 5:9; 7:14).

No hace falta decir que el Nuevo Testamento conecta consistentemente y directamente la sangre de Cristo con la salvación. Entonces, ¿qué es lo que nos salva? La respuesta es obvia: la sangre de Cristo (Hebreos 9:14).

“¿CUÁNDO LLEGAMOS A SER SALVOS?”

Aunque en la cristiandad existe consenso general en cuanto a la pregunta anterior, cuando se trata de esta nueva pregunta, el mundo religioso está completamente dividido. El catolicismo coloca el bautismo infantil desprovisto-de-fe entre el límite de la perdición y la salvación (vea Catecismo..., 2003, 1250), mientras que la idea predominante entre protestantes es que una persona recibe la salvación al momento de expresar su “fe” en Cristo “al invitarle a entrar en su corazón” (McDowell, 1996, pp. 378-380). Pero ¿qué dice la Biblia? ¿Cuándo recibimos la salvación de nuestras almas?

El Nuevo Testamento coloca la fe, el arrepentimiento y la confesión de Cristo en el camino que conduce a la salvación. Por ende, los escritores del Nuevo Testamento pudieron declarar: “por gracia sois salvos por medio de la fe” (Efesios 2:8); “la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación” (2 Corintios 7:10); y “con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:10). Adicionalmente, el Nuevo Testamento coloca el bautismo en el punto culminante en el cual se obtiene la salvación. Considere lo siguiente.

Jesús hizo referencia al bautismo como el punto en el cual una persona llega a ser Su discípulo (Mateo 28:19). En Marcos 16:16, declaró: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. En el Día de Pentecostés, Pedro dijo a los judíos que habían tenido parte en la muerte del Mesías: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hechos 2:38). Lucas comentó que los que se bautizaron en esa ocasión, fueron añadidos a la iglesia y al grupo de los “salvos” (Hechos 2:41,47).

En Hechos 8, el eunuco de Etiopía fue bautizado inmediatamente después de creer en Cristo, y luego siguió su camino a Gaza, gozoso de haber obedecido el Evangelio (8:35-39). En Hechos 16, el carcelero de Filipos se bautizó poco después de la medianoche, y “se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios” (16:32-34). En Hechos 18, “muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados” (18:8). Y en Hechos 22, Pablo, el último de los apóstoles, fue amonestado con las siguientes palabras: “Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (22:16).

En 1 Corintios 12:13, el apóstol Pablo indicó que en el momento del bautismo, una persona llega a ser parte del cuerpo de Cristo, que es la iglesia (cf. Colosenses 1:18,24). En Gálatas 3:27, indicó que en el bautismo, una persona se reviste de Cristo y llega a estar en Cristo. Y en su primera epístola, Pedro anunció claramente: “El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo” (3:21). Aunque muchos en la comunidad religiosa moderna han escogido despojar al bautismo de cualquier conexión con la salvación (e.g., Rice, 2003, pp. 29-30; Lambert, 2006, p. 107), el Nuevo Testamento claramente indica que Dios ofrece salvación al hombre en este acto de obediencia.

Pero ¿por qué se recibe la salvación en el bautismo? Medite en esto. Como habíamos visto, la sangre de Cristo es el agente de salvación (Hebreos 9:14). Pero ¿cuándo derramó Cristo Su sangre? La respuesta es en el sacrificio de Su muerte (Mateo 27:15-50; Juan 19:34). Entonces, ¿cuándo llega el hombre a estar en contacto con la sangre salvadora de Cristo? Respuesta: cuando en alguna forma se conecta al sacrificio de la muerte de Cristo. El apóstol Pablo abordó este tema.

¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección (Romanos 6:3-5, énfasis añadido).

En Colosenses 2:12-13, añadió:

[S]epultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados (énfasis añadido).

El Nuevo Testamento es claro: el bautismo es el acto de inmersión en el cual el hombre pecador se une simbólicamente a la muerte de Cristo, donde puede contactar Su sangre salvadora.

Finalmente, alguien podría preguntar, “¿Está sugiriendo que el agua salva?”. No. No existe ningún poder milagroso en el agua. La sangre de Cristo salva. Pero “cuándo llegamos a ser salvos” es un asunto diferente. Por medio del profeta Eliseo, Dios mandó a Naamán a sumergirse siete veces en el Río Jordán para que fuera limpiado de su lepra (2 Reyes 5:10). ¿Tenían las aguas del Río Jordán algún poder curativo? Desde luego que no (cf. 5:12). Pero Dios curó la lepra de Naamán cuando él aceptó las condiciones divinas al sumergirse en las aguas del Jordán (5:14). De igual manera, no existe nada especial o milagroso en las aguas de un bautisterio, piscina, lago, río o mar, pero solamente cuando obedecemos a Dios al someternos al bautismo (habiendo llegado en fe, arrepentimiento y confesión), podemos recibir la salvación de nuestras almas.

Referencias

Catecismo de la Iglesia Católica (2003), Librería Editrice Vaticana, http://www.vatican.va/archive/ESL0022/__P3L.HTM.

Lambert, John (2006), Los Sacramentos en el Nuevo Testamento [The Sacraments in the New Testament] (Edimburgo: Kessinger).

McDowell, Josh, (1996), Evidencia que Exige un Veredicto, trad. René Arancibia (Deerfield, FL: Editorial Vida).

Rice, John (2003), Bautismo Bíblico [Bible Baptism] (Murfreesboro, TN: Sword of the Lord).