Familias disfuncionales en Génesis: Varones, ¡aceptemos nuestros errores!

Resumen

Se requiere el valor de un león para sacrificar el ego a los pies de Jesús y aceptar nuestros errores como líderes el hogar.

El hilo que corre a través de la Escritura es la Simiente de la mujer (cf. Génesis 3:15; Gálatas 3:16). Para preservar tal hilo a través de la historia, el Señor usó el concepto de la lealtad familiar y la bendición de pacto como medio para traer a la Simiente al mundo. Dios pudo obrar por medio de tal hilo, incluso a través de personas imperfectas que frecuentemente quebrantaron la lealtad familiar. Cuando los patriarcas cometieron errores, Dios intervino a través de Su providencia para asegurar que tal hilo nunca se rompiera. Para el final de Génesis, ese hilo había corrido a través de Abraham, Isaac y Jacob. Hubo periodos en que la gente llegó a cometer tantos errores que nos preguntamos cómo pudo Dios evitar que el hilo se rompiera. De hecho, cuando llegamos a Génesis 39, la bendición del pacto había pasado por alto a tres de los hijos de Jacob: Rubén, Simeón y Leví. Rubén había actuado con inmoralidad sexual (Génesis 35:21-22; 49:3-4). Simeón y Leví habían actuado con engaño y violencia (Génesis 34:25-31; 49:5-6). El próximo hijo era Judá. ¿Cómo actuaría él? ¿También quebrantaría la lealtad familiar? ¿Calificaría para obtener la bendición?

Las cosas no parecen marchar bien en Génesis 37. Los hijos de Jacob tenían celos de José. Ellos lo arrojaron a una cisterna mientras pensaban en lo que harían con él. Al principio, querían matarlo. Pero Judá propuso que lo vendieran a los mercaderes madianitas (vss. 26-27) que estaban en su camino a Egipto.

La historia de Judá continúa en el capítulo 38 con una trayectoria descendente. ¿Pudiera la bendición continuar con él? En este capítulo, Judá ilustra la realidad de que los hijos de Jacob ya habían comenzado a actuar como los cananeos impíos. De hecho, dos de los hijos de Judá quebrantaron la lealtad familiar al no acatarse a la costumbre oriental del matrimonio levirato. Ya que el propósito de Dios estaba siendo socavado por tal maldad, Él intervino directamente. Dios mató a Er, primogénito de Judá, debido a su maldad (vs. 7). Onán, el segundo hijo, fue egoísta y buscó sus propios placeres; Dios también lo mató (vs. 10). El tercer hijo era demasiado joven para cumplir sus responsabilidades familiares. Las cosas no lucen bien. El resto del capítulo muestra que Judá mismo también estaba a punto de quebrantar la lealtad familiar.

Muchos comentaristas consideran que la historia de Judá y Tamar en el capítulo 38 está fuera de lugar. Pero, teniendo en cuenta el contexto de la bendición, yo pienso que es uno de los capítulos fundamentales en Génesis. Los eventos de Génesis 38 son gráficos, y no están dirigidos a una audiencia menor, pero la historia es clave. Justo cuando Judá está a punto de quebrantar la lealtad familiar, vemos que llega a ser un hombre cambiado. Judá descubrió que Tamar estaba «encinta a causa de las fornicaciones» (vs. 24), así que se airó contra ella y estuvo a punto de ejecutarla con fuego. En ese momento, Tamar reveló que Judá era el padre de sus gemelos. Entonces llegamos al momento clave; Judá dice: «Más justa es ella [Tamar] que yo» (vs. 26).

Desde ese punto en adelante, Judá llega a ser un hombre cambiado, y luego lo vemos tomando el liderazgo entre sus hermanos (43:3,8; 44:14,16,18; 46:28). Él llega a ser el vocero de ellos y toma decisiones por el grupo. Al final, estuvo dispuesto a poner en riesgo su libertad cuando pensó que el gobernador de Egipto (José) iba a esclavizar a Benjamín (Génesis 44:18-34). Al final de Génesis, cuando Jacob estaba dando su bendición a sus hijos antes de morir, confirmó la promesa de la Simiente a Judá (49:8-10).

Cuando Judá dijo: «Más justa es ella [Tamar] que yo», reconoció su pecado. Desde ese momento, Judá se humilló y mostró responsabilidad. Esto es liderazgo real. Judá probó que estaba calificado para recibir la bendición del pacto. A través del linaje de Judá, Dios continuó tejiendo el hilo de bendición y trajo al mundo al León de la tribu de Judá: Jesús de Nazaret.

Esposos y padres, de esta familia disfuncional podemos aprender una lección poderosa. Como Judá, ¿reconocemos nuestros errores y asumimos la responsabilidad completa? Como esposos y padres que queremos ser los líderes espirituales de nuestra familia, ¿tenemos un corazón contrito que es sensible al pecado y que se contrista cuando sabemos que causamos dolor a Dios? Reconozcamos nuestros errores, admitámoslos y digamos: «Lo siento. Me equivoqué». Tal confesión puede contribuir mucho al restablecimiento de relaciones rotas. Algunas veces el ego evita que alguien se disculpe de sus errores. Tal persona piensa que esto muestra debilidad, pero realmente muestra lo opuesto. Se requiere el valor de un león para sacrificar el ego a los pies de Jesús, así como Judá estuvo dispuesto a sacrificar su libertad por su hermano menor. Cuando estamos arrodillados es cuando somos más altos. ¡Que Dios nos dé más «Judás» en nuestras familias!