Cómo Controlar la Envidia

En una leyenda griega antigua, se cuenta que un atleta muy bueno y muy bien entrenado compitió en una carrera pero llegó en segundo lugar. Las alabanzas y gloria rodearon al ganador, y se erigió un monumento en su honor. La envidia abrumó al atleta que tuvo el segundo lugar. Él se resintió y decidió destruir la estatua.

Por muchas noches, el hombre llegaba a escondidas y comenzaba a picar la base con un cincel, debilitando el fundamento. Una noche, mientras estaba particularmente molesto, picó la base demasiado, y la estatua tambaleó y cayó encima del atleta, matándole instantáneamente. Su propia envidia le había destruido.

La envidia es falta de gratitud.

La envidia es falta de gratitud motivada por el éxito de otra persona. Nos enfocamos en lo que tal persona tiene o logra, y contrastamos eso con lo que no tenemos o con nuestras fallas. Olvidamos agradecer por lo que tenemos o lo que hemos podido lograr.

La Parábola de los Obreros de la Viña ilustra esta actitud (Mateo 20:1-16). El amo de la viña salió por primera vez y contrató a trabajadores, ofreciéndoles el pago de un día de trabajo. Salió por segunda vez y contrató a más trabajadores, ofreciéndoles un pago justo. Salió por tercera vez y contrató a más. Otra vez, salió a contratar a más trabajadores en la última hora de trabajo.

Al final del día, en tal sociedad en que se pagaba a los trabajadores cada día, el amo de la viña les dio el pago. Dio a cada uno el salario de un día, incluso si había trabajado una hora. Los que habían trabajado todo el día sintieron envidia. Ellos pensaron que debían recibir más que los otros, pero realmente habían recibido lo acordado—el salario justo de un día de trabajo.

El amo respondió: “¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?” (Mateo 20:15).

El Rey David es otro ejemplo de envidia. Él vio que Betsabé, la esposa de otro hombre, era “muy hermosa” (2 Samuel 11:2). Él ya estaba casado con Abigail, quien era inteligente y hermosa (1 Samuel 25:2et.seq.), pero envidió a Urías debido a su esposa. David tomó a Betsabé y mató a Urías.

La manera de controlar los sentimientos de envidia se encuentra en la declaración de Dios a David: “[T]e di la casa de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno; además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría añadido mucho más” (2 Samuel 12:8).

Debemos ser agradecidos por lo que tenemos. Carecer de agradecimiento es rechazar los regalos del Padre. Esto es peor que la venganza. La venganza es devolver mal por mal. La ingratitud, motivada por la envidia, es devolver mal por bien. Eso es lo que la envidia causa que hagamos. Se manda que los cristianos se gocen con los que se gozan (Romanos 12:15) y que estén agradecidos por lo que tienen (Colosenses 3:17).

La envidia es falta de reflexión.

Para controlar la envidia debemos recordar que Dios sabe cómo distribuye Sus dones a las personas correctas, de la manera correcta y en la cantidad correcta. Al hablar de los dones milagrosos que Dios dio en el primer siglo y que estuvieron limitados al tiempo apostólico, Pablo escribió: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11). Esto también se puede aplicar a las bendiciones que Dios concede hoy. Dios sabe lo que necesitamos, y nos dará lo que necesitamos cuando llegue el tiempo correcto. “[T]odo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17).

La envidia es falta de fe.

Finalmente, la envidia muestra carencia de fe. Vemos lo que otros tienen, pero no podemos ver el propósito de Dios para nosotros. Ya que no podemos ver esto, entonces envidiamos a otros. La envidia es el rechazo de andar por fe (2 Corintios 5:7).

Controlemos nuestra envidia al: (1) ser agradecidos a Dios por lo que tenemos, (2) recordar que Dios nos dará lo que necesitamos, y (3) andar por fe en el conocimiento de Dios.