Simón Dice

Resumen

Las palabras y actitud del fariseo Simón todavía “dicen” mucho hoy. No escuche a Simón; él le causará problemas.

Un día Jesús tuvo una cena inusual con un fariseo llamado Simón (Lucas 7:35-50). Durante el curso de la cena, una mujer, muy probablemente una prostituta (jarmartolos, “pecadora”—una mujer obviamente mala), entró y se acercó a Jesús. Lo que ocurrió entonces es una de las escenas más interesantes de la visita de Jesús a la Tierra.

Ya que la costumbre era quitarse las sandalias y reclinarse en almohadas mientras se comía, cuando ella se acercó detrás de Jesús, estuvo cerca de Sus pies. Obviamente llena de gozo a causa del pensamiento de cambiar su vida, comenzó a llorar, y sus lágrimas cayeron en los pies de Jesús. Ella notó que el anfitrión no había lavado los pies de Jesús (una costumbre común), así que comenzó a limpiarlos y secarlos con su cabello. (¡Imagine eso!). Mientras lavaba los pies de Jesús con sus lágrimas, comenzó a besarlos, expresando gratitud por lo que Él había hecho. (El tiempo del verbo griego en el versículo 48 indica que ella ya había sido perdonada).

Como puede imaginar, ¡todo esto fue vergonzoso para Simón! Bajo circunstancias normales, él ni siquiera hubiera caminado en la misma calle con esa mujer. Ahora ella estaba en su casa, saludando cariñosamente a su Invitado. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo podía lidiar gentilmente con la situación? ¿Por qué estaba permitiendo Jesús que ella hiciera eso?

Simón usó la circunstancia para llegar a una conclusión en cuanto a la validez profética de Jesús. Él concluyó que ningún profeta verdadero permitiría que tal mujer le tocara, así que Jesús no sabía qué clase de mujer era (por ende, carecía de discernimiento profético), o sabía quién era, pero no le importaba (por ende, carecía de santidad profética). La conclusión de Simón fue: Jesús no era profeta.

Desde luego, Simón no verbalizó esos pensamientos a su Invitado, pero durante el tiempo que estuvo pensando esto, Jesús estaba leyendo su mente. Simón dijo más de lo que quiso decir ese día. De hecho, él todavía continúa “diciendo” hoy.

Simón dice: “Pretende que no eres pecador”.

Es terrible que esta mujer cayera en pecado, pero es más terrible que Simón estuviera viviendo en pecado y no lo supiera. En el Sermón del Monte (Mateo 5-7), y en Mateo 23, Jesús reprendió a los fariseos por auto justificarse y rechazar admitir sus pecados. El fariseo en una de las parábolas de Jesús (muy típico de muchos fariseos) pensaba que Dios le debía algo en vez que él Le debiera todo (Lucas 18:10-11).

Es interesante notar que aquellos que caminaron más cerca de Dios vieron su condición pecadora más claramente. Abraham se consideró como “polvo y ceniza” (Génesis 18:27). Dios confesó que Job era “perfecto y recto” (Job 1:1), pero Job confesó a Dios: “He aquí que yo soy vil” (40:4). Esdras oró: “Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti” (9:6). Pedro cayó sobre sus rodillas y rogó al Señor: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:8), y cuando Juan vio al Cristo glorificado, cayó a Sus pies como muerto (Apocalipsis 1:17). Pablo se consideró a sí mismo como el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15).

El punto de la parábola que Jesús contó a Simón en cuanto a dos deudores es que todos los hombres son pecadores independientemente de que se sientan culpables o no. Ambos hombres tenían una deuda y estaban en bancarrota. La diferencia entre 500 denarios y 50 denarios no es diferencia en culpa. Las dos cantidades representan una diferencia en su sentimiento de culpabilidad. La mujer pecadora no estaba más perdida que el fariseo. ¿Cuánto pecado debe cometer alguien para ser un pecador? ¿Diez pecados o 100? “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10). La mujer era mejor que el fariseo porque admitió su pecado y se arrepintió. Simón dice, “Pretende que no tienes ningún pecado y tus pecados desaparecerán”, pero Simón está equivocado.

Simón dice: “Pretende que el pecado no es pecado a menos que se cometa directamente”.

Simón sabía lo que la mujer había hecho, pero olvidó lo que él no había hecho. Ella era culpable de haber cometido pecado; él era culpable de ignorar la justicia. Él ni siquiera había ofrecido a Jesús la cortesía común—el beso de bienvenida, el agua para Sus pies y el aceite para Su cabeza (cf. Génesis 18:1-8). Dios puede condenarnos por lo que no hemos hecho. “[Y] al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17). La omisión puede ser tan pecaminosa como la comisión. La persona que no hace lo que Dios requiere es tan culpable como la persona que hace lo que Dios prohíbe. Simón dice, “Ignorar los mandamientos de Dios es mejor que quebrantarlos”, pero Simón está equivocado.

Simón dice: “Actúa como si los pecados de los demás fueran peores que los tuyos”.

Ciertamente la mujer había sido culpable de pecados notorios (cf. 2 Corintios 7:1; Gálatas 5:19-21). Ella era pecadora. Simón lo sabía; ella lo sabía; Jesús lo sabía; todos lo sabían. Simón también era pecador, solamente que no lo sabía. Él no era culpable de inmoralidad sino de pecados de actitud (por ejemplo, juicio injusto—Mateo 7:1-2).

Los fariseos practicaban los “pecados respetables” como la hipocresía y el orgullo (Mateo 23:23; 12:24-34). Condenaban a otros para ser exaltados. Codiciaban no solamente el dinero (Lucas 16:14), sino también el prestigio y la alabanza. Practicaban su religión solamente para ser vistos de los hombres (Mateo 6:5; 23:5). Tales pecados no le mantendrán lejos del compañerismo amable, pero le mantendrán lejos del cielo. Probablemente tales pecados no causarán que la iglesia le excomulgue, pero causarán que Dios quite Su favor de usted. Simón dice, “Los pecados de la carne son peores que los pecados del corazón”, pero Simón está equivocado.

Simón dice: “No te preocupes de los pecados que nadie conoce”.

Para Simón, los pecados públicos eran peores que los pecados escondidos. “Si nadie sabe en cuanto a este pecado, entonces no se preocupe”. Todos en la cena sabían quién era esa mujer y lo que había hecho. Sus pecados eran públicos. Pero solamente Jesús (Quien puede leer los corazones, Juan 2:25) conocía los pecados de Simón. Simón no era consciente de su necesidad, no sentía amor y por ende no recibió perdón. Opinaba que él era un buen hombre delante de Dios y los hombres. La mujer estaba consciente de su necesidad inmediata de perdón. El fariseo, quien no buscó perdón, no obtuvo lo que no buscó. Para ser perdonados de los pecados y llegar al cristianismo, Dios nos pide que creamos en Su Hijo Jesús (Hechos 16:31), nos arrepintamos de los pecados (Lucas 13:3), confesemos la fe en Cristo (Romanos 10:10) y seamos bautizados para la remisión de pecados (Hechos 2:38). Luego nos pide que Le adoremos y sirvamos fielmente (Juan 4:24; Hebreos 10:25; Apocalipsis 2:10). Simón dice, “Si está escondido, está cubierto”, pero Simón está equivocado.

No juegue con Simón; él le causará problemas.