«¡Su placa!»

Un oficial robusto de la Administración de Control de Drogas detuvo su auto en la granja de un hombre de edad y preguntó al granjero quién era el propietario del lugar. El granjero le dijo que él era, y le preguntó en qué podía ayudarlo.

El oficial le informó que estaba allí para inspeccionar si en su propiedad se plantaba «hierbas» ilegales. El granjero le dijo: «Haga su trabajo; yo no tengo nada de qué preocuparme». Luego añadió, señalando con su dedo: «Pero solamente no atraviese esa cerca de madera».

El rostro del oficial se tornó rojo. Él se acercó al granjero, le miró a los ojos y le dijo: «Escuche, señor, yo soy un agente autorizado por el gobierno federal». Luego metió su mano en su bolsillo y sacó su placa. «¿Puede ver mi placa? Esta placa significa que puedo ir dondequiera que desee a la hora que desee, en cualquier propiedad—¡sin preguntar ni dar respuestas! ¿Me ha entendido, anciano?». El granjero movió su cabeza, se disculpó y continuó sus quehaceres.

Minutos después, cuando el granjero cavaba un hoyo para plantar algunos vegetales, oyó gritos de terror que venían del lugar donde había dicho al oficial que no fuera. Él miró hacia el campo y vio que el oficial corría alocadamente, seguido por el inmenso toro del granjero. Con cada segundo que pasaba, el toro se acercaba más, y parecía que pronto cornearía al oficial antes de que este pudiera atravesar la cerca de regreso.

Dándose cuenta del gran peligro en que el oficial estaba, el granjero arrojó su pala y corrió hasta la cerca. Desde allí, movió sus manos frenéticamente y gritó al oficial con todas sus fuerzas: «¡Su placa; su placa! ¡Muéstrele su placa!».

—Autor Desconocido