Mi Dolor, Su Agonía, la Esperanza

Resumen

Dios puede usar las peores tragedias que enfrentamos en la vida para nuestro bienestar espiritual e incluso eterno.

Después de ser informados que nuestro hijo todavía no nacido tenía un defecto serio, rápidamente consultamos con nuestros doctores en los Estados Unidos y luego regresamos del campo misionero en Rumania el 23 de diciembre de 2004. Aunque se nos dijo que la situación era muy seria, se supone que todo “debería” haber salido bien, pero no fue así. Después de un par de cirugías y siete días después de su nacimiento, Andrew murió.

Después de esto, perdí a mi madre, pero con todo el respeto que ella merece, no hay comparación en la profundidad de dolor que yo (y nosotros) experimentamos en la pérdida de nuestro hijo recién nacido.

Aunque lloré como nunca antes, pronto entendí que el dolor de mi esposa era diferente y más profundo que el mío. Tal vez esto se debe al hecho que ella perdió al niño que había llevado por casi nueve meses; y como también sabemos, Dios creó a los géneros de manera diferente.

Es muy fácil para mí identificar las luchas más grandes que tuve. La primera fue: ¿Qué hago ahora? Sentía gran responsabilidad ante mi familia y también ante Dios. Deseaba como nunca antes que Dios todavía tuviera la práctica de hablarnos directamente en respuesta a la oración. Finalmente, tuve que tomar la decisión difícil (con mi esposa Julie) que no regresaríamos al campo misionero en Rumania. Aunque ambos pensábamos que esto era para el bienestar de nuestra familia, todavía fue una decisión difícil que conllevó su propio dolor.

La segunda preocupación principal fue en cuanto a mi esposa. Obviamente ella sufría y sentía más dolor que yo. Como en el caso de la mayoría de hombres, parte de mi dificultad era que deseaba arreglar el problema…usted sabe, ¡como cuando hay una gotera! El problema real era que no había manera de reparar el sufrimiento, sino solamente un viaje lento y diario a través del dolor, lleno de altas y bajas.

Pedro escribió a los esposos: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil” (1 Pedro 3:7). Si tuviera que enfatizar una palabra a los esposos que se encuentran en una situación similar, esta sería la palabra “sabiamente”. Pero puedo decir, con sinceridad, que luchaba con el pensamiento de cómo vivir con ella sabiamente si no podía entender su dolor. Probablemente me tomó mucho tiempo obtener sabiduría, y ciertamente nunca llegue a dominarla, pero aquí tiene lo que debe hacer si no puede entender el dolor de su esposa:

  • Simplemente escuche con atención y créale cuando ella explique la manera en que se siente.

  • No ponga en duda sus sentimientos.

  • No busque evaluar el mérito de sus sentimientos.

  • Incluso no busque responder todas sus preguntas.

  • ¡Más que nada, no insinúe que su fe en Dios es superficial!

Tal vez nosotros no brindamos consideración suficiente a las grandes mujeres (y hombres) del Antiguo Testamento que sufrieron terriblemente por las pérdidas que experimentaron. Es fácil pensar, o incluso decir, “Simplemente no puedo entender por qué te sientes así”, o “¿Por qué estás haciendo esto o actuando de esta manera?”. Aquí está la verdad: ¡Algunas veces ella no sabe por qué! No digo esto de una manera despectiva. Solamente esté presente para ayudarle. Hágale sentir segura y amada. Cumpla la ley de Cristo al llevar las cargas de ella cuando pueda hacerlo (Gálatas 6:2). Tanto como sea posible, simplifique la vida y reduzca las causas de estrés. Tal vez todos nosotros debemos hacer esto en varios aspectos, pero esto es especialmente importante en tiempos de gran pérdida.

No debería ser una sorpresa que durante y después de tales crisis, la esperanza haga ver su resplandor, aunque algunas veces tenuemente. Nuestro Dios tiene el poder de usar las peores tragedias para el bien incomprensible e incluso eterno. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3).