El caso de la inspiración bíblica

Resumen

En cada palabra, cada versículo, cada capítulo y cada libro, la Biblia evidencia que es el producto de una Mente Divina.

El Dios del cielo, existente y único, ha revelado Su voluntad; a esto hacemos referencia como «inspiración bíblica». La frase «inspirada por Dios» viene del término griego compuesto theopneustos, de theos: «Dios», y pneo: «respirar». Significa literalmente «soplada o dada por aliento de Dios». El enfoque correcto y consistente en cuanto a la inspiración bíblica es que Dios inspiró Su Palabra de manera:

  • Verbal; i. e, se escribió cada palabra en la Biblia por la aprobación y guía de Dios (cf. 2 Samuel 23:2; Jeremías 1:9; 36:1-2; 1 Corintios 2:12-13).

  • Plenaria; i. e., Dios inspiró cada parte de la Biblia, desde el comienzo hasta el final (cf. Salmos 119:160; Juan 16:13; 2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:20-21).[1]

La Biblia declara ser inspirada por Dios; de hecho, proclama miles de veces su inspiración por medio de afirmaciones directas (e. g., 2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:20-21) y expresiones generales, como «Dice Jehová/Dios» (Isaías 1:11; Hechos 2:17), «Palabra de Jehová/Dios» (Jeremías 34:1; 1 Pedro 1:23), etc.

Pero ¿cómo podemos saber si la afirmación bíblica de inspiración es correcta? Si yo insistiera frecuentemente en que soy «Supermán», usted pudiera demandar lógicamente que «lo probara» al realizar algunas hazañas que solamente Supermán puede realizar (como volar de un edificio a otro, detener balas con la boca o encender fuego con los ojos). De la misma manera, se debería esperar que un libro que demanda ser inspirado por Dios realice hazañas que solamente Dios puede realizar. La proposición cristiana es que la Biblia hace exactamente eso. Considere una parte de tal evidencia.

LA UNIDAD BÍBLICA

La Biblia muestra unidad excepcional en su tema. Desde Génesis hasta Apocalipsis, el tema es: «El Salvador Jesucristo». La promesa, consolación y esperanza en un Salvador satura la inspiración sagrada. Los libros de Génesis a Malaquías anticipan: «El Salvador vendrá» (cf. Génesis 3:15; Malaquías 4:2); los libros de Mateo a Juan informan: «El Salvador está aquí» (cf. Mateo 1:21; Juan 20:30-31); y los libros de Hechos a Apocalipsis anuncian: «El Salvador regresará» (cf. Hechos 1:11; Apocalipsis 22:7, 12, 20).

La Biblia también revela unidad maravillosa en su plan. El plan divino, concebido antes de la fundación del mundo (cf. Efesios 1:4; 1 Pedro 1:18-20), es la redención del hombre a través de la sangre de Cristo. Génesis 3 al 12 revela el trasfondo de la redención; Génesis 12 a Malaquías 4 revela el progreso de la redención; Mateo 1 a Juan 21 revela la consumación de la redención; Hechos 1 al 28 revela la recepción de la redención; Romanos 1 a Judas revela la conservación de la redención; y Apocalipsis 1 al 22 revela la victoria final de los redimidos.[2]

Finalmente, la Biblia revela unidad extraordinaria en su doctrina. Considere la armonía en las doctrinas tales como: la naturaleza del amor de Dios (e. g., Génesis 18:26-32; Oseas 11:1; Lucas 11:42; Romanos 8:38-39; 1 Juan 4:8), la creación del universo (e. g., Génesis 1-2:3; Éxodo 20:11; Salmos 8:3; 19:1; Juan 1:3; Hechos 17:24; Hebreos 1:10; 3:4), la gracia de Dios (e. g., Romanos 4:16; 11:6; Efesios 2:5-8; Tito 2:11), la obediencia de fe (e. g., Génesis 6:22; Éxodo 40:16; Romanos 1:5; 6:16; 2 Tesalonicenses 1:6-9; Hebreos 11), la singularidad de Dios (e. g., Deuteronomio 6:4; Juan 10:30; 14:9-11; 17:21) e incluso la misma inspiración bíblica (e. g., Éxodo 20:1; 1 Samuel 3:11; Isaías 1:1-2; Romanos 9:1; 1 Corintios 2:10; Gálatas 1:12; 2 Timoteo 3:16-17; 2 Pedro 1:20-21; Apocalipsis 1:1).

Pero ¿por qué es esta unidad remarcable? Porque la Biblia no es un solo libro, escrito por un solo autor y en una sola época. En cambio, está compuesta de sesenta y seis libros. Fue escrita en un periodo de mil seiscientos años, por alrededor de cuarenta hombres que vivieron en tiempos y lugares diferentes, que tuvieron lenguajes, culturas y entrenamientos diferentes, y que escribieron sobre temas diferentes. Sin embargo, sus escritos tienen tal armonía y continuidad mutua que desafía toda explicación naturalista. Solamente trate de compilar cinco obras de cinco de los ateos más famosos del mundo, de una sola generación, que traten de un solo tema (e. g., el origen de la vida), y al final tendrá un volumen saturado de contradicciones mutuas. Lo cierto es que la única explicación lógica para la unidad singular de la Biblia es que una Mente Maestra orquestó las muchas piezas sagradas para transformarlas en una sinfonía literaria sin comparación alguna.

LA PROFECÍA BÍBLICA

La Biblia contiene una variedad de profecías predictivas.[3] Contiene profecías en cuanto a naciones. Por ejemplo, en cuanto a Nínive, el profeta Nahúm predijo que la ciudad sería destruida por una inundación (2:6-8), y quemada (1:10; 2:13); sus riquezas serían saqueadas (2:9-10); sus defensores serían embriagados al aproximarse la guerra (1:10; 3:11); sus líderes serían muertos (3:10, 18); permanecería en ruinas por siglos (1:14; 3:7); y el pueblo asirio desaparecería (1:14; 2:13). La historia registra que esto sucedió exactamente como Nahúm lo predijo.[4]

La Biblia también contiene profecías en cuanto a individuos. En 1 Reyes 13:2, un profeta de Dios predijo la obra del rey Josías (e incluso lo mencionó por nombre) algo de tres siglos antes de su nacimiento. Isaías también proveyó el nombre de Ciro, futuro rey de Persia, y reveló algunas de sus obras reales alrededor de un siglo y medio antes del nacimiento del rey (44:28; 45:1).

Pero la profecía bíblica alcanza su cenit en los cientos de predicciones antiguas en cuanto al Mesías venidero. Entre otras cosas, el Mesías debía: (1) nacer de una virgen (Isaías 7:14), en Belén (Miqueas 5:2); (2) ser de la tribu de Judá (Génesis 49:10) y del linaje de David (2 Samuel 7:12); (3) aparecer en el tiempo del reino romano (Daniel 2:44); (4) ser precedido por un anunciador (Malaquías 3:1); (5) realizar milagros (Isaías 35:5-6); (6) ser rechazado entre los hombres (Isaías 53:3); (7) ser traicionado por un «amigo» (Salmos 41:9); (8) ser vendido por treinta piezas de plata (Zacarías 11:12); (9) llevar nuestras enfermedades, dolores y pecado (Isaías 53:4-6, 11); (10) ser guiado a la muerte sin ofrecer resistencia (Isaías 53:7); (11) sufrir la perforación de Sus manos y pies (Salmos 22:16); (12) ser contado con los pecadores en Su muerte (Isaías 53:12); (13) ser despojado de Sus vestiduras, y Sus vestiduras ser repartidas y sorteadas (Salmos 22:18); (14) ser traspasado (Zacarías 12:10); (15) ser sepultado con los ricos (Isaías 53:9); (16) levantarse de los muertos (Salmos 16:10); y (17) ascender al trono de Dios (Salmos 110:1). Todas estas profecías se cumplieron en mínimo detalle en Jesús de Nazaret (cf. Mateo 1:1, 18; 2:1; 3:1-12; 26:14-16; 27:57-60; 28:1-10; Marcos 15:13-14; Lucas 2:1-7; 23:34; Juan 19:9-18, 34; 20:25, 30-31; Hechos 2:29-36; Hebreos 7:14; 10:12).

Peter Stoner (1888-1980), profesor emérito de ciencia, matemática y astronomía, sugirió que la probabilidad de que un hombre cumpla solamente ocho de las profecías mesiánicas por casualidad es 1 en 100 000 000 000 000 000.[5] Ya que Jesús cumplió, en mínimo detalle, todos los cientos de profecías mesiánicas registradas siglos antes de Su tiempo,[6] la conclusión ineludible debe ser que Dios, Quien conoce el futuro (Isaías 46:9-10), reveló estas profecías (y otras) a Sus escritores sagrados.

LA PRESCIENCIA BÍBLICA

«Presciencia» es una palabra general para el conocimiento divino anticipado de personas, eventos o circunstancias futuras, y, por ende, la profecía bíblica es parte de tal presciencia. Pero aquí consideraremos el conocimiento bíblico anticipado de factores científicos que llegaron a descubrirse muchos siglos después.

En Génesis 9, Dios prohibió comer «carne con su vida, que es su sangre» (vs. 4). Siglos después, confirmó esta prohibición. Una vez más, la razón fue: «Porque la vida de la carne en la sangre está» (Levítico 17:11; cf. vs. 14). Pero no siempre se ha aceptado la idea de que la sangre es fundamental para la vida. De recién en 1616 se comenzó a entender la naturaleza circulatoria de la sangre gracias a los trabajos del médico inglés William Harvey.[7] La idea que predominaba previamente sugería que la sangre era responsable de muchas enfermedades, y que al realizar el procedimiento de sangría (desangrado), el paciente podía recobrar la salud. Incluso después de esta investigación, muchos médicos siguieron practicando el procedimiento de sangría. De hecho, George Washington (1732-1799), el primer presidente de los Estados Unidos, fue desangrado cuatro veces poco antes de morir.[8] ¿Cómo supo el autor de Génesis, quien escribió algo de 3000 años antes de Harvey, que la vida está en la sangre?

Como señal del pacto antiguo, Dios mandó que se circuncidara a los recién nacidos varones a la edad de ocho días (Génesis 17:12). Este requerimiento divino pasó desapercibido por milenios, hasta principios del siglo XX, cuando se comenzó a entender la razón. El cuerpo necesita la vitamina K que produce proteínas para la coagulación de la sangre, lo cual es vital en cualquier procedimiento quirúrgico. Pero los bebés no comienzan a producir vitamina K en cantidades adecuadas sino hasta el quinto día. Aunque este hecho ya es remarcable (a la luz de la revelación bíblica), es interesante notar que, para el octavo día, el nivel de protrombina (proteína que depende de la vitamina K y que tiene un rol clave en la coagulación de la sangre) se eleva a más del 100%, causando que este sea el día más seguro para la circuncisión.[9] ¿Pura casualidad de un escritor bíblico antiguo sin instrucción médica?

En Números 19:11, Dios advirtió: «El que tocare cadáver de cualquier persona será inmundo siete días». Tal persona debía realizar un ritual de purificación para ser considerada «limpia» y admitida nuevamente. Ahora, debido a nuestro entendimiento moderno en cuanto a los gérmenes, sabemos que debemos evitar el contacto directo con cuerpos muertos, pero no siempre se supo esto. A mediados del siglo XIX en Viena, Austria (un centro médico principal en tal tiempo), los doctores realizaban autopsias sin protección, y luego enjuagaban rápidamente sus manos sucias y atendían a mujeres en parto. Esto causaba que el 18% de las mujeres atendidas muriera de lo que se conocía como «fiebre de parto». Cuando el Dr. Ignaz Semmelweis sugirió e implementó el procedimiento antiséptico, el índice de muertes bajó al 1%. A pesar de esto, la comunidad médica rechazó la idea de que «lavarse las manos» pudiera prevenir muertes.[10] No fue sino hasta después de la muerte de Semmelweis, cuando el microbiólogo francés Louis Pasteur confirmó la «teoría de los gérmenes», que el procedimiento antiséptico llegó a ser extensamente aceptado. Pero ¿cómo pudo el escritor bíblico saber esto y prescribir instrucciones exactas para la prevención de gérmenes miles de años antes?

CONCLUSIÓN

La Biblia está llena de ejemplos adicionales que verifican Su inspiración, pero los pocos ejemplos anteriores evidencian que, en cada palabra, cada versículo, cada capítulo y cada libro, la Biblia es el producto de una Mente Divina. En las palabras del apóstol Pedro, «nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino […] los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:21).

[1] Para leer la refutación de algunas teorías erróneas en cuanto a la inspiración, vea Moisés Pinedo, «¿Es la Biblia inspirada por Dios? [Parte 1]», EB Global, 2010, https://www.ebglobal.org/articulos-biblicos/es-la-biblia-inspirada-por-dios-parte-1.

[2] El contenido de este párrafo se basa en el libro de Frank Chesser, El retrato de Dios [The portrait of God] (Huntsville, AL: Publishing Designs, 2004).

[3] «Profecía» hace referencia a la transmisión del mensaje divino, sea concerniente a los eventos actuales —es decir, al tiempo mismo del mensaje profético (este es el aspecto más común de la profecía bíblica)— o a los eventos futuros. Este último aspecto es conocido como profecía «predictiva».

[4] Vea Kenny Barfield, El motivo del profeta [The prophet motive] (Nashville, TN: Gospel Advocate, 1995), 59-64.

[5] Citado en Josh McDowell, Evidencia que exige un veredicto (Deerfield, FL: Vida, 1996), 169-170.

[6] Las profecías mesiánicas no solo habían sido registradas cientos de años antes de la llegada de Jesús a la tierra, sino también ya habían sido traducidas del hebreo al griego en la Septuaginta, algo de dos siglos antes de Cristo.

[7] William Harvey, La circulación de la sangre [The circulation of the blood] (Nueva York: Cosimo, 2006).

[8] «George Washington», La nueva enciclopedia británica [The new encyclopedia Britannica] (Chicago, IL: Encyclopedia Britannica, 1995), 29:705-706.

[9] Vea S. I. McMillen y David Stern, Ninguna de estas enfermedades [None of these diseases] (Grand Rapids, MI: Fleming H. Revell, 2000), 82-85.

[10] McMillen y Stern, Ninguna, 17-20.