Conservando el Amor en el Matrimonio: Para los Esposos

Resumen

Como esposos cristianos que deseamos agradar a Dios en todo, ¿cómo podemos conservar el amor en nuestro matrimonio?

Todos sabemos que, en la mayoría de los casos, los primeros años de la vida marital son dorados; es decir, todavía permanece un fuerte perfume que ameniza los encuentros deseables de la pareja. A pesar de algunos conflictos que nunca faltan desde el inicio de esta travesía, los cónyuges expresan sentimientos profundos que minimizan las fricciones y ayudan a la pareja a continuar con la vida matrimonial.

Pero esto tiende a deteriorarse, máxime cuando uno o ambos cónyuges no se esfuerzan en preservar la llama del amor en la relación marital. Como dice un proverbio, “el amor hace olvidar el tiempo, y el tiempo hace olvidar el amor”. El inspirado apóstol Pablo abordó el tema cuando se dirigió principalmente a los hombres en Colosenses 3:19: “Maridos, amad a vuestras mujeres…”. El verbo “amad” es un imperativo que indica el deber ineludible del varón de expresar continuamente sus sentimientos a su esposa.

Como esposos cristianos que deseamos agradar a Dios, debemos detenernos a meditar seriamente en cuanto a la manera en que estamos tratando a nuestras esposas.

¿Cómo podemos mostrar continuamente amor a nuestras esposas y cumplir la voluntad de Dios?

Debemos amarlas con amor sacrificial.

Pablo escribió en Efesios 5:25: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”. El amor de Cristo por la iglesia no fue un simple sentimiento emotivo y pasajero, sino fue de hecho y en verdad (cf. 1 Juan 3:18). Su amor fue real y concreto; se expresó en sacrificio cruento y doloroso en la cruz del Calvario. Debemos estar dispuestos a sacrificarlo todo por preservar y cultivar el amor por nuestras esposas.

La pasión profunda debe motivar el amor sacrificial hacia nuestras esposas. Debemos amarlas de manera intensa, esforzándonos fervientemente en hacer todas las cosas necesarias para el bienestar y la felicidad de nuestras esposas.

Debemos amarlas con amor santificador.

Pablo continuó: “para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:26-27). El amor de Jesús también es santificador. El Señor dio Su vida por la iglesia para santificarla. El verbo “santificar” significa: “Hacer venerable algo por la presencia o contacto de lo que es santo”.[1] ¡Qué hermoso es saber que Cristo nos perdona, purifica y santifica con Su sangre redentora cuando obedecemos al santo Evangelio (1 Tesalonicenses 4:7; 1 Pedro 1:22-23; 1 Juan 1:9)!

La misión del Señor fue y sigue siendo polifacética. Se presenta como Profeta, Pastor, Sacerdote, Maestro y Guía de la iglesia con el fin de encaminarla y llevarla a la madurez espiritual por medio de la Palabra de Vida. Igualmente, todo esposo cristiano debe fungir como profeta, pastor, sacerdote, maestro y guía de su esposa. Estamos llamados a interceder por nuestras amadas esposas delante de Dios, enseñarles, guiarles, y protegerles espiritualmente. Debemos enrolarnos en las filas de Josué y declarar con él: “yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15).

A veces nuestras esposas pueden carecer de los valores espirituales necesarios para alcanzar la madurez; y, ante la ausencia del liderazgo santificador de sus esposos, pueden dedicarse a actividades que socavan su espiritualidad y destruyen la armonía en el matrimonio. Otras se ven forzadas a asumir el liderazgo purificador que sus maridos no han tomado; esto roba al esposo de la bendición de cumplir la voluntad de Dios. Hermanos, no descuidemos nuestro liderazgo santificador para edificar y consagrar a nuestras esposas, así como Cristo purifica constantemente a Su iglesia.

Debemos amarlas con amor proveedor.

El apóstol continuó: “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida” (Efesios 5:28-29). Podemos entender esto fácilmente. Nosotros no herimos o destruimos nuestro cuerpo; en cambio, suplimos todo lo que necesitamos. Es nuestro deber proveer para las necesidades físicas, emocionales y espirituales de nuestras esposas. Este es amor en acción.

Algunos somos prontos en sustentar la carne. Alimentamos nuestro cuerpo y lo cuidamos tan bien como podamos; pero ¿qué de nuestra esposa, nuestros hijos, nuestra familia? El egoísmo de muchos hombres ha sido causa de la ruina de muchos matrimonios.

Dios considera el matrimonio como una relación permanente y unida. Recordemos lo que dijo a la primera pareja en Génesis 2:24: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. El hombre está tan unido a su mujer que Dios los ve como una sola carne. Él dice que debemos amar a nuestras esposas como a nuestros propios cuerpos, porque somos una sola carne. Ellas son parte de nosotros; y si nosotros queremos agradar a Dios, debemos hacer todo lo posible por cuidar de nuestras esposas ya que, al cuidar a ellas, estamos también cuidando nuestra unidad y a nosotros mismos (cf. Mateo 7:12).

Hay muchas áreas de la vida matrimonial en las que debemos proveer, pero un área fundamental en la cual usualmente fallamos es la parte emocional. Un buen consejo que leí en el Internet dice: “Hombre es aquel que quiere, admira, respeta y se enamora todos los días de la misma mujer”.[2] ¡Que nunca falte nuestra admiración hacia nuestras amadas esposas!

El reconocimiento es fundamental para exaltar los valores emocionales de las personas. Es importante elogiar constantemente a nuestras esposas. No olvide agradecerle por las cosas que están bajo su cuidado y administración. Ore con ella por el amor ferviente y santificador en el matrimonio. Por esta razón Dios nos ha dado una hermana y esposa en el lazo matrimonial.

Finalmente, debemos proveer emocionalmente un ambiente saludable en las relaciones conyugales. Nuestras esposas no son objetos de consumo personal, sino son nuestra fuente de realización y gozo íntimo. Debemos tratarlas con mucho cariño, ya que generalmente transitan en el camino del romance. Es esencial nuestro buen trato, el afecto, el detalle de preludio e incluso nuestra higiene. A las mujeres les gusta el trayecto de la relación. Para ellas es muy importante todos los detalles antes y después del encuentro íntimo. A diferencia del hombre, a la mujer le importa mucho las palabras. Toda frase amorosa es como un golpe del martillo en el desenlace exitoso.

Demos gracias a Dios que, aunque somos diferentes, cuando estamos en Cristo y seguimos los consejos del Dios de la gloria, podemos arar juntos de forma exitosa en la senda del matrimonio. Nunca olvidemos entregarnos incondicionalmente a esta preciosa relación, con amor ferviente, sacrificándolo todo y proveyendo todos los elementos vitales para ensanchar nuestros lazos de amor. De esta manera cumpliremos la voluntad de Dios. Que el Señor Todopoderoso guíe la senda de nuestros matrimonios.

Referencias

[1] “Santificar” (sine data), DLE, http://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=santificar.

[2] Publicación en Facebook.