Salvado del Infierno en una Cárcel de Filipos

Se ha encontrado la salvación en muchos lugares improbables. El amor de Dios ha calentado los corazones de la gente en Antártica, y los cuerpos de otros han sido bautizados en desiertos.

Se ha confesado a Cristo en naciones musulmanas, con el riesgo de persecución, como también en naciones comunistas donde se ha declarado la muerte de Dios.

Los misioneros han encontrado un alma receptiva entre las multitudes urbanas y han convertido villas completas en los extremos más remotos de la tierra. Los campos de batalla y las cantinas en ocasiones han producido clases bíblicas improvistas.

Se ha salvado a jóvenes en campos universitarios y a ancianos en asilos. Los analfabetos han sido atraídos al Amigo de Todos, y los catedráticos al Maestro de Nazaret. Muchos que recientemente han llegado a la edad de la responsabilidad han escogido a Cristo, y otros han sido arrebatados de la mano de Satanás en el último día de sus vidas.

Por otra parte, se puede ir al infierno desde cualquier lugar en la tierra. Los ciudadanos que viven en una zona conservadora de una nación cristiana pueden estar tan lejos de Dios como el ateo más acérrimo en la nación más secular. Un hogar con una docena de Biblias puede ser tan degenerado como un hogar sin ninguna. Los que crecen en una familia cristiana pueden ser pródigos. Los predicadores pueden abandonar el Evangelio que una vez predicaban. Los que viven al lado de un local de la iglesia pueden nunca asistir a un servicio.

Sin embargo, al término de cuentas, un ambiente bueno contribuye a la causa de Dios, y un ambiente malo se presta a la obra del diablo. Entonces, tal vez sea más difícil ir al cielo desde una prisión que desde algún otro lugar en la tierra.

Esto causa que el rescate del carcelero de Filipos sea incluso más remarcable (lea Hechos 16:25-34). Habiendo encerrado con seguridad a sus prisioneros por la noche, este hombre fue a dormir sin esperar ni desear rescate (Hechos 16:23-24). Alrededor de la medianoche comenzaron a suceder eventos que cambiaron su vida para siempre.

Él encontró vida en el precipicio de la muerte.

Todo comenzó con un terremoto. Al levantarse, lo primero que el carcelero pensó fue en los prisioneros. Al ver que las puertas estaban abiertas, supuso lo que cualquier guarda supondría: “¡Ellos han escapado!”.

Luego pensó en las consecuencias. Estas no tenían que ver con su bono de fin de año o alguna promoción futura que perdería. Se trataban de algo mucho más serio.

Los guardas que dejaban escapar a los prisioneros eran ejecutados (Hechos 12:19). Él sabía lo que sucedería. La interrogación determinaría que él había dormido en su puesto. La consecuencia sería la desgracia, el azote y la ejecución.

Sin esperanza, decidió ahorrarles el tiempo. Pensó en dejarse caer en su espada y entonces sería su final. Cuando se descubriera la prisión vacía, entonces también se encontraría un guarda muerto. Ellos escribirían un reporte, perseguirían a los prisioneros y nombrarían a un nuevo guarda.

No sabemos cómo Pablo supo lo que estaba pasando fuera de su celda y dentro de la mente del carcelero (tal vez por revelación), pero se escuchó su voz desde la oscuridad justo en el momento preciso. A este hombre suicida a la puerta de la muerte, Pablo dijo: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí” (16:28).

Sorprendido, el carcelero debió haber pensado: “¿Quién dijo eso? ¿Es esto cierto? ¿Por qué los criminales se quedarían en la prisión estando las puertas abiertas?”. Él vio que esto era cierto.

Luego pensó: “Casi morí”.

La adrenalina golpeó su corriente sanguínea. Sus pensamientos comenzaron a abrumarle. “¿Qué hubiera pasado si lo hubiera hecho? ¿Dónde estaría ahora? ¡No estoy preparado para morir! Nunca he hecho las paces con mi Hacedor. Si hay un cielo, lo hubiera perdido. Si hay un infierno, estaría allí”.

En ese momento—probablemente por primera vez—pensó en la idea de estar perdido.

“¿Qué estaba pensando?”.

¿Cuán lejos estuvo la espada de sus órganos vitales cuando la voz de Pablo le detuvo? ¿Seis pulgadas? ¿Tres? ¿A cuántos segundos estuvo de su último aliento? ¿Sesenta? ¿Treinta?

Sin duda, estuvo al borde del abismo eterno. Pero él dio un paso hacia atrás. Para usar la expresión de Judas, fue “arrebatado del fuego” en el cual el hombre rico despertó (Judas 23; cf. Lucas 16:19-31). Se describe ese lugar horrible como el lago de fuego (Apocalipsis 21:8) que nunca se apaga (Marcos 9:46). No había marcha atrás después de caer en la oscuridad (Hebreos 9:27; Lucas 16:26).

Cualquier persona puede estar en el precipicio de la muerte en cualquier momento. Solamente hay un paso—un accidente automovilístico, un ataque cardíaco, una bala perdida—entre cualquier hombre y la muerte. Somos sabios si nos preparamos—y permanecemos preparados—para proceder al siguiente mundo con poca anticipación (1 Samuel 20:3; Lucas 12:20; Santiago 4:14).

Él estuvo tan cerca del Juicio sin esperanza como se es posible estar, pero incluso allí, en una prisión de Filipos, fue rescatado del infierno.

Él recibió la respuesta más corta posible a la pregunta más grande posible.

El carcelero era un hombre de pocas palabras. Solamente se registra pocas de sus palabras, pero entre ellas está la siguiente pregunta: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:30).

La Biblia contiene alrededor de 3,300 preguntas, pero esta es la más importante de todas. Ningún poeta, filósofo o erudito ha pensado en una pregunta más importante. Es importante ya que es universal (Romanos 3:23), personal, involucra nuestra necesidad más profunda, trata de la duración más grande e implica la gracia divina y la responsabilidad humana.

Hechos 16:31 es uno de los versículos más grandes de la Biblia. La respuesta breve de Dios a la pregunta más profunda del hombre tiene dos partes:

  • Una bendición: serás salvo.
  • Una condición: cree en el Señor Jesucristo.

En Hechos se pregunta tres veces, “¿Qué debo hacer para ser salvo?”:

  • Los judíos en Pentecostés hicieron esta pregunta (2:37).
  • Saulo de Tarso la hizo (9:6).
  • El carcelero la hizo (16:30).

De manera interesante, cada vez se dio una respuesta diferente:

  • A los judíos, se les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros” (2:37-38).
  • A Saulo, se le dijo: “Levántate y bautízate, y lava tus pecados” (9:6; 22:16).
  • Al carcelero, se le dijo: “Cree en el Señor Jesucristo” (16:31).

En combinación, hay tres respuestas: (a) Creer, (b) arrepentirse, y (c) ser bautizado.

¿Por qué tres? ¿No tiene Dios un plan definido para la salvación? ¿Requiere cosas diferentes? No, Él siempre es justo e imparcial (Hechos 10:34; Romanos 2:11).

Todos deben hacer el mismo viaje; algunos simplemente están más lejos en el camino que otros. Suponga que usted estuviera en camino a Filipos y preguntara a un transeúnte: “¿Cuán lejos está Filipos?”. Él responde: “A tres kilómetros”. Después de viajar un kilómetro, pregunta: “¿Cuán lejos está la ciudad?”. Se le responde: “A dos kilómetros. Usted sigue caminando: “¿Cuán lejos está Filipos?”. Ahora se le responde: “A un kilómetro”. Se dio tres respuestas diferentes para la misma pregunta, pero todas ellas fueron respuestas correctas.

Un estudiante de secundaria pregunta: “¿Qué debo hacer para obtener un doctorado?”. Su consejero responde: “Termina la secundaria. Luego ingresa a la universidad y estudia cuatro años. Continúa estudiando para obtener tu maestría. Y luego comienza el programa de doctorado”. A un estudiante de la universidad no se le dice que “debe terminar la secundaria e ingresar a la universidad”. Él ha hecho tales cosas. El que tiene una maestría incluso recibirá una respuesta más corta.

Lo mismo se aplica a la salvación.

  • Los del Pentecostés creyeron (2:37), así que se les dijo que se arrepintieran y bautizaran.
  • Saulo había creído y estaba arrepentido (9:5-9), así que se le dijo que fuera bautizado.
  • El carcelero no había hecho ninguna de estas tres cosas.

Creer era lo primero que debía hacer, así que Pablo le dijo eso. Pero, así como el hombre ciego que dijo, “¿Quién es, Señor, para que crea en él?” (Juan 9:36), el carcelero necesitaba más información. Él no conocía al Cristo. Nunca había asistido a un servicio de la iglesia para escuchar un sermón del Evangelio.

Cuando su familia llegó, Pablo les enseñó “la palabra del Señor” (16:32), explicando Quién era Jesús y qué requería. Podemos saber lo que él enseñó al simplemente observar lo que ellos hicieron.

Entre la medianoche y el amanecer, ellos completaron los mismos tres requisitos que los otros—creyendo (16:34), arrepintiéndose (lo cual se implica por el lavado de las heridas, 16:33) y bautizándose (16:33), dando como resultado la salvación, el servicio y el gozo (16:34).

Él aprendió y obedeció al Evangelio en una sola noche.

El carcelero se convirtió de pagano a cristiano en menos de seis horas. Esto puede ser un récord histórico.

En cierto sentido, esta es la conversión más remarcable del Nuevo Testamento. La conversión en el Pentecostés fue más grande y estuvo acompañada de un milagro más grande, pero la conversión era una progresión natural para los judíos que esperaban a un Mesías—una vez que fueran convencidos de que Jesús era el Cristo (Hechos 2; Gálatas 3:26). Aunque Cornelio también era romano, su conversión es menos sorprendente ya que él había estado expuesto al judaísmo y sentía simpatía por el Dios verdadero (Hechos 10). Saulo de Tarso fue un cambio más considerable, pero una persona devota que cambia en busca de una mejor religión no es algo inusual (Hechos 9).

Sin embargo, este carcelero romano muy probablemente nunca había leído las profecías judías. Filipos no era nada parecido a la Jopa de Cornelio. El carcelero no era un hombre devoto que estaba buscando el camino de la vida. Él simplemente deseó la salvación lo suficiente para hacer un cambio drástico literalmente de la noche a la mañana (cf. Mateo 13:44).

Una vez que se le ofreció la salvación, él no comió, bebió o durmió hasta que la poseyera.

El carcelero fue bautizado “aquella misma hora de la noche”, lo cual fue en algún momento después de la medianoche (Hechos 16:25,33). La iglesia se reuniría en Filipos el siguiente domingo (16:40), pero él no esperó algunos días. Hubiera sido fácil a la luz del día, pero él no esperó hasta el amanecer.

Esta decisión refleja su sabiduría al aprovechar la oportunidad de salvación (Efesios 5:16). Pablo sería liberado al día siguiente y seguiría su camino. La diligencia es consistente con el propósito del bautismo. ¿Por qué esperar para ser salvo? (Marcos 16:16). Es consistente con otras conversiones. En Hechos, tan pronto como una persona conocía el Evangelio, lo obedecía—sea después de un sermón el domingo, en algún otro día de la semana o a la medianoche.

  • Los 3,000 del Pentecostés fueron bautizados el mismo día (2:38-41).
  • De igual manera los samaritanos (8:12).
  • Y así también Lidia (16:15).
  • El etíope fue bautizado tan pronto como se encontró agua (8:35-38).
  • Se le dijo a Saulo que no esperara, y él obedeció tan pronto como se le dijo qué hacer (9:18; 22:16).

El primero de los pecadores le presentó al Salvador del mundo.

¿Cómo hubiera sido escuchar a Pablo predicar en cuanto a Jesús? ¡El primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15) hablando de Aquel que le salvó por Su gracia! Probablemente el carcelero nunca supo la bendición que fue que se le asignara bajo su cuidado a este hombre.

Considere la improbabilidad de que este romano llegara a ser un seguidor de Cristo. Jesús había vivido, enseñado y muerto en una tierra distante. El carcelero no tenía nada en común con Jesús. Ellos hablaban lenguajes diferentes, vestían de manera diferente, comían alimentos diferentes y tenían enfoques diferentes. La muerte de Jesús por medio de la crucifixión se realizó en manos del ejército nacional del carcelero. Los romanos despreciaban a los judíos (Hechos 16:20), la nación de Jesús.

Había pasado décadas. El Evangelio había llegado recientemente a esa área. Él no tenía interés en esto. Justo había encerrados a los únicos predicadores del Evangelio. Ninguno de sus familiares, amigos o conocidos era cristiano. De hecho, solamente había una familia cristiana en todo el continente—y él ni siquiera conocía a Lidia de Tiatira.

Pero de alguna manera, él todavía llegó al cristianismo.

Esa “alguna manera” es el amor de Jesús. La salvación está más allá de nuestras manos; está en Él. No es un logro, mérito u obra, sino se trata de la confianza, sumisión, obediencia y fe (Juan 3:16; Efesios 2:8-9; Tito 3:5-7; Hebreos 5:8-9). Nuestra obediencia nos salva solamente en el sentido de que abre el camino para que Cristo nos salve.

Jesús es el Héroe en todas las conversiones. Él vino a la Tierra. Vivió entre nosotros (Juan 1:14). Murió por nosotros (Romanos 5:6). Desea salvarnos (2 Pedro 3:9). Vive para interceder por nosotros (Hebreos 7:25).

Jesús quiere rescatarle. ¿Ha creído, se ha arrepentido y ha sido bautizado para el perdón de los pecados? Recuerde que puede ir al cielo desde cualquier lugar en que esté.