¿Es el “Re-bautismo” Escritural?

Me he visto motivado a escribir este artículo porque considero con sinceridad que es completamente importante en la iglesia del Señor—especialmente entre sus líderes. Después de algunos años de responder correspondencias de predicadores y miembros de la iglesia en varias partes de Latinoamérica, me he detenido a contemplar con asombro que parece que frecuentemente estoy respondiendo una misma pregunta. Este artículo es una compilación de algunas de mis respuestas y otras investigaciones bíblicas personales en cuanto al tema del “re-bautismo”.

DEFINICIÓN DE TÉRMINOS

Desde luego, para hablar del “re-bautismo” primero es importante definir algunos términos. La palabra “bautismo” es una transliteración del término griego baptisma, que consiste “en el proceso de inmersión, sumersión, y emergencia” (Vine, 1999, 2:114). Por ende, el bautismo bíblico es una inmersión (cf. Mateo 3:13-17; Marcos 1:9-11; Lucas 3:21-22; Hechos 8:38-39), una sepultura completa en agua (cf. Romanos 6:3-4), no un rociamiento de agua, derramamiento de agua o algún otro ritualismo (Pinedo, 2010, pp. 134-139).

La palabra “re-bautismo” es la acción o efecto de “re-bautizar”, “(1) bautizar otra vez; (2) poner un nuevo nombre” (Agnes y Guralnik, 1999, p. 1194; cf. Diccionario…, 1997). Cuando en este artículo se hace referencia al “re-bautismo”, se quiere dar a entender el primer significado: “bautizar otra vez”. Por otra parte, la Biblia carece del término “re-bautismo”. Aunque ciertamente el Nuevo Testamento registra una escena en que algunas personas “volvieron” a bautizarse (Hechos 19:1-5), todavía hace referencia a tal acción como “bautizar”, no “re-bautizar”. Por tanto, en este artículo evitaré usar indiscriminadamente el término “re-bautismo” como una definición válida del bautismo bíblico. [Cuando considere necesario usar este término con referencia al único bautismo de Efesios 4:5, aparecerá entre comillas para indicar la manera flexible en que el término se usa].

EL EJEMPLO BÍBLICO (HECHOS 19:1-5)

Hechos 19:1-5 es el único caso bíblico en que se registra la presencia de algunos “discípulos” que habían recibido un “bautismo” que, de alguna manera, no era válido. Ya que estas personas habían recibido este “bautismo” antes de la llegada de Pablo a Éfeso (vs. 1), entonces es correcto concluir, por el contexto, que Apolos (o alguno de sus seguidores) fue el que administró tal bautismo (Hechos 18:24). Lucas resolvió el misterio por nosotros cuando registró que Apolos “solamente conocía el bautismo de Juan” (Hechos 18:25), y luego conectó el relato al declarar que los discípulos en el capítulo 19 habían sido bautizados en “el bautismo de Juan” (vs. 3).

Juan el Bautista cumplió la profecía de Malaquías 4:5 (cf. Mateo 11:14; 17:10-13; Marcos 9:11-13; Lucas 1:17). Él realmente preparó el camino para el Señor y Su reino. Juan bautizó a Jesús para “cumplir toda justicia” (Mateo 3:15). Por ende, su bautismo cumplió los “designios de Dios” (Lucas 7:30); fue del cielo, no de los hombres (Lucas 20:4-6). Pero cuando Cristo murió y recibió “toda potestad…en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18), instituyó un nuevo bautismo “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19-20; cf. Marcos 16:15-16). Por tanto, con la nueva comisión de Cristo, el bautismo de Juan fue abolido. Desde entonces, todos los que querían acercarse a Dios, debían ser bautizados en el bautismo instituido por autoridad del Cristo resucitado (Hechos 2:38).

Aunque los discípulos en Hechos 19 ya habían recibido un “bautismo”, todavía necesitaban ser bautizados en el único bautismo (Efesios 4:5) que regía para el tiempo de su obediencia. Ya que el bautismo de Juan se dio en preparación y anticipación del reino (Mateo 3:2-6), entonces, cuando se estableció el reino (Hechos 2), los que deseaban ingresar por sus puertas debían cumplir los requerimientos del reino establecido (Hechos 2:38,41,47). Ya que estos discípulos no conocían el bautismo cristiano y no entendían su propósito, Pablo les amonestó a bautizarse (Hechos 19:4-5). Ellos no estaban revalidando su “bautismo” previo, sino estaban siendo bautizados por primera vez según la dispensación vigente.

EL “ÚNICO” BAUTISMO (EFESIOS 4:5)

Ya que la Biblia habla de varios “bautismos” (e.g., Mateo 3:11; 20:22; 21:25; 28:19; Lucas 12:50; Juan 1:33; 4:1; Hechos 1:5), se ha generado mucha controversia en cuanto al “único” bautismo de Efesios 4:5 (vea Bruce, 1979, p. 1435). ¿Cuál es este “bautismo”? Como Vine ha señalado, el sustantivo griego se usa

(a) del bautismo de Juan; (b) del bautismo cristiano…; (c) de los abrumadores sufrimientos y juicio a los que se sometió voluntariamente el Señor en la cruz (p.ej., Lc. 12.50); (d) de los sufrimientos que iban a experimentar sus seguidores… El verbo se utiliza metafóricamente también en dos sentidos: en primer lugar, del bautismo del Espíritu Santo, que tuvo lugar el Día de Pentecostés; en segundo lugar, de la calamidad que iba a caer sobre la nación de los judíos (1999, 2:114-115).

Ya que las Escrituras revelan que la promesa y la recepción del bautismo del Espíritu Santo se cumplieron exclusivamente en los apóstoles, incluyendo a Pablo (Lucas 24:49; Hechos 1:4-5; 2:4,7,14,37,43; 1 Corintios 2:4; 15:8; Gálatas 2:6-9), y en los primeros gentiles convertidos (Joel 2:28; Hechos 10:44-47)—dos acontecimientos singulares y únicos sin reincidencia alguna (vea Miller, 2009), y ya que es obvio que Pablo (en Efesios 4:5) no estaba haciendo referencia a los sufrimientos de Cristo, de los cristianos o de los judíos, entonces, por eliminación, Pablo estaba haciendo referencia al bautismo que se aplica a todos los cristianos—el bautismo bajo la comisión de Cristo (Mateo 28:19-20; Marcos 16:15-16).

Ya que Pablo estaba haciendo referencia al bautismo cristiano, entonces el único bautismo de Efesios 4:5 descarta el “bautismo” en religiones no-cristianas—como el judaísmo, los Testigos de Jehová o incluso el mormonismo. Sin embargo, actualmente muchas religiones que profesan abrazar el cristianismo, enseñan y practican diferentes tipos de “bautismos”. Por ejemplo, el catolicismo y el metodismo promueven el bautismo de bebés (Catecismo…, 2003, 1250; El Libro…, 1996, 222). Y la mayoría de religiones protestantes practican un bautismo que se realiza simplemente como una “declaración pública de fe” (Rodhes, 1997, p. 178). Por otra parte, el bautismo bíblico requiere la fe, el arrepentimiento y la confesión del candidato al bautismo (Marcos 16:16; Hechos 2:38; Romanos 10:9-10; cf. Pinedo, 2010, pp. 153-156). Juntamente con la fe, el arrepentimiento y la confesión de Cristo, el bautismo bíblico tiene el propósito que el creyente llegue a ser un discípulo de Cristo (Mateo 28:19), reciba la salvación (Marcos 16:16; Hechos 2:47; 1 Pedro 3:21), el perdón de los pecados (Hechos 2:38), la entrada al reino de Dios (Juan 3:3-5; Hechos 2:47) y una vida nueva (Romanos 6:3-5) a través de la sangre de Cristo (Romanos 3:24-25; Efesios 1:7; Hebreos 9:14).

Por tanto, aquellos que han recibido un bautismo cuya metodología, propósito y requerimientos no se basan en los preceptos bíblicos, no han recibido el único bautismo de Efesios 4:5. Estas personas todavía necesitan ser bautizadas bíblicamente.

EL “RE-BAUTISMO” EN LA IGLESIA DEL SEÑOR

Como Wayne Jackson ha señalado correctamente, “[e]l bautismo genuino se necesita solamente una vez en la vida de una persona. Una vez que una persona ha sido bautizada, según la totalidad de las instrucciones escriturales, no tiene la necesidad de repetir el proceso del ‘nuevo nacimiento’” (2003, énfasis en original).

Pero ¿qué sucede si una persona ha recibido la instrucción adecuada de parte de la iglesia del Señor en cuanto al bautismo, pero se ha “bautizado” por razones ajenas al deseo de obedecer y cumplir los requerimientos divinos en cuanto a la salvación de su alma? Si en el futuro esa persona llega a reflexionar en cuanto a su “bautismo”, y considera la seriedad de su impenitencia, ¿debería ser “re-bautizado”? Por ejemplo, considere a la persona que recibe instrucción adecuada y pretende “cumplir” los requerimientos bautismales, pero que realmente lo hace porque su propósito fundamental es recibir ayuda económica, médica o educacional. O considere a la persona cuyo propósito fundamental realmente es agradar a su familia, a sus amigos o a su pareja. Finalmente, considere a la persona que se “bautiza” por la emoción del momento. ¿Ha recibido tal persona el único bautismo de Efesios 4:5, o necesita ser “re-bautizado”? (cf. también Butt, 2007, pp. 37-40).

Existe evidencia bíblica adecuada para llegar a la conclusión que tal persona carece del único bautismo bíblico y se encuentra en la necesidad desesperada de obedecer al mandamiento de Dios para encontrar la salvación de su alma. Considere los siguientes puntos.

Primero, ¿qué implica la fe? El escritor de Hebreos señaló que “la fe [es] la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (11:1, énfasis añadido). La fe no es un paso en la oscuridad, sino un paso en la luz. No se basa en sentimientos que no se pueden probar, sino en conocimiento que produce certeza y convicción. Una persona que se bautiza por razones ajenas a la voluntad divina, carece de esa certeza y convicción que solamente la Palabra de Dios puede generar en oídos y corazones abiertos (cf. Romanos 10:17; Hechos 16:14). Si una persona no tuvo fe genuina, entonces tampoco pudo tener un bautismo genuino.

Segundo, ¿qué implica el arrepentimiento? Aunque la falta de fe es suficiente para descartar la validez de cualquier “bautismo” (razón por la cual tampoco bautizamos a bebés—ya que no tienen la capacidad de creer), la falta de arrepentimiento plantea un obstáculo adicional. El arrepentimiento implica un análisis retrospectivo e introspectivo que produce un cambio regenerativo. En palabras sencillas, el arrepentimiento implica penitencia o dolor por el pecado (Hechos 2:37; 2 Corintios 7:9-11) que produce un cambio de actitud y acción (Mateo 3:8; Hechos 3:19; 26:20; 2 Corintios 7:11). Si una persona no tuvo un arrepentimiento genuino, entonces no pudo tener un bautismo genuino.

Tercero, ¿qué implica la confesión? Jesús declaró: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). La confesión no es simplemente un reconocimiento subjetivo externo del Señorío de Cristo, sino un reconocimiento público que indica la disposición del creyente a someterse a la autoridad de Cristo y la voluntad del Padre. La confesión de Cristo no son “palabras mágicas” que de alguna manera validan una “obediencia” mediocre. La confesión está íntimamente ligada a la fe (cf. Romanos 10:9-10,14); por ende, en la carencia de fe, no puede existir confesión bíblica. Si una persona no tuvo una confesión genuina, entonces no pudo tener un bautismo genuino.

El bautismo no es una ceremonia ritualista carente de propósito y significado; por tanto, es necesario que el candidato sea instruido correctamente y posea la actitud correcta ante los mandamientos de Dios. Si su corazón no es genuino al momento del bautismo, entonces su “bautismo” tampoco lo es—a pesar que la instrucción haya sido genuina (cf. Mateo 13:1-9). Tal persona necesita ser bautizada.

¿QUÉ ACERCA DE SIMÓN EL MAGO (HECHOS 8:4-25)?

Algunas personas han usado el caso de Simón el mago para sostener el punto de vista de “una vez bautizado, siempre bautizado”. La idea que proponen es que Simón se bautizó por la razón incorrecta, pero que sin embargo, cuando Pedro reveló que el corazón de Simón no era recto delante de Dios (Hechos 8:21), él no le mandó a “re-bautizarse”, sino simplemente a arrepentirse y orar por perdón (vs. 22) [e.g., Weston, 1872, 6:125; Hindson y Woodrow, 1994, p. 2146]. Es irónico que este argumento falaz, que algunos religiosos han usado extensamente con el propósito de socavar la importancia del bautismo, ahora esté siendo bienvenido en la iglesia del Señor con el mismo propósito.

La proposición que el bautismo de Simón no fue genuino (es decir, que careció de fe, arrepentimiento y confesión verdadera), pero que Pedro lo reconoció como genuino, se burla completamente de la necesidad de obedecer la voluntad de Dios. ¡Dios todavía se complace en la obediencia más que en los sacrificios humanos! (cf. 1 Samuel 15:22). Sin la obediencia y actitud apropiada ante los mandamientos divinos en cuanto a la salvación, el bautismo de Simón hubiera sido simplemente un sacrificio ritualista desprovisto de valor espiritual para agradar a Dios.

Adicionalmente, tal proposición pasa por alto la evidencia bíblica. Aunque se ha sugerido que Simón realmente no tuvo fe, Lucas registró que cuando los samaritanos “creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres” (Hechos 8:12, énfasis añadido). Seguidamente comentó que “[t]ambién creyó Simón mismo” (vs. 13, énfasis añadido). El escritor inspirado usó el mismo verbo griego (cf. Lacueva, 1984, p. 498) para hacer referencia a la creencia de Simón y la del resto de los samaritanos. Por tanto, no existe justificación textual para cuestionar la creencia de Simón y aprobar al mismo tiempo la creencia de los demás samaritanos. Si Simón no creyó genuinamente, entonces los demás samaritanos tampoco creyeron genuinamente.

Lucas brindó más luz cuando registró que la creencia de Simón generó su obediencia en el bautismo (vs. 13). En este mismo versículo, Lucas señaló que Simón “estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito”. Así que se puede concluir que Simón no solamente creyó y se bautizó genuinamente, sino que mantuvo cierta fidelidad por un tiempo. Por tanto, así como no existe justificación textual para cuestionar la legitimidad de la obediencia de Demas en un periodo de su vida (cf. Colosenses 4:14), aunque en un tiempo posterior desamparó a Pablo, “amando este mundo” (2 Timoteo 4:10), tampoco existe justificación para cuestionar la obediencia de Simón en un principio (Hechos 8:12-13), aunque en un tiempo posterior se encontró “en hiel de amargura y en prisión de maldad” (vs. 23), pensando que “el don de Dios se obtiene con dinero” (vs. 20).

Como Coffman comentó correctamente, se debería

recordar que esta narración se escribió, no desde la perspectiva de Felipe, sino desde la perspectiva de Lucas; y es simplemente increíble que si la fe y el bautismo de Simón no hubieran sido completamente suficientes, Lucas hubiera registrado el relato de esta manera. Lucas fue inspirado, y cuando se considera que la inspiración dice que Simón “creyó y fue bautizado”, no hay manera de descartar su conversión como inapropiada o hipócrita (1977, 5:162).

Pero ¿indica la pronta decadencia espiritual de Simón (vs. 18) que él nunca experimentó un nuevo nacimiento o que su actitud nunca fue genuina? Absolutamente no. Primero, no sabemos cuánto tiempo pasó entre la obediencia de los samaritanos, el conocimiento de los apóstoles de tal acontecimiento y la llegada de Pedro y Juan a Samaria (vs. 14). Por ende, solo se puede especular en cuanto a la “pronta” decadencia espiritual de Simón.

Segundo, la “prontitud” de la caída espiritual no indica necesariamente que una persona no obedeció genuinamente. Algunos oyen la palabra, y la reciben con gozo, pero “son de corta duración” ya que al venir la aflicción o persecución, tropiezan (Mateo 13:5-6,20-21). Otros oyen la palabra y la reciben, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas “crecen más rápido” y ahogan la Palabra en sus vidas (Mateo 13:7,22). Así como los Gálatas en un principio recibieron la palabra y hubieran estado incluso dispuestos a sacarse sus propios ojos por Pablo (4:15), pero “tan pronto” se alejaron de la gracia de Cristo para seguir un evangelio diferente (1:6), al menos por un tiempo, Simón mantuvo una actitud genuina—renunciando al engaño y la honra de los hombres (Hechos 8:9-11) y siguiendo a Felipe (vs. 13), pero “pronto” tropezó al permitir que el tentador sembrara codicia en su corazón. McGarvey explicó adicionalmente:

Muchos han interpretado la condición desdichada y miserable de Simón como prueba que él había sido hipócrita desde el principio. Para que se justifique tal inferencia, la conversión debe implicar una renovación tan completa que los hábitos mentales antiguos se erradiquen totalmente, sin ejercer su poder nunca más. Si esto fuera cierto, entonces Simón realmente no hubiera sido un convertido genuino. Pero si como la Escritura y la experiencia enseñan, en la conversión de un pecador a Dios todavía quedan sus pasiones en él en un estado oculto—listas para activarse bajo la tentación, se debe admitir que Simón pudo haber sido un creyente penitente genuino cuando fue bautizado; y puesto que, con todos los hechos a su disposición, Lucas dice que él creyó (vs. 13), no debemos negar este testimonio inspirado (s.d., 1:147).

Ya que la evidencia bíblica garantiza la conclusión que Simón creyó y se bautizó genuinamente, podemos también concluir que recibió aquellas promesas que vienen como resultado de la obediencia al Evangelio de Cristo (e.g., Mateo 28:18-20; Marcos 16:15-16; Hechos 2:38; Gálatas 3:27; 1 Pedro 3:21). Por tanto, cuando Simón permitió que Satanás llenara su corazón de tales cosas que él había propuesto dejar, el apóstol Pedro solamente le amonestó a arrepentirse y orar por perdón (Hechos 8:22)—no a “bautizarse” otra vez. Como Reese ha comentado,

Aquí tenemos la segunda regla del perdón—la ley del perdón para el cristiano que peca. Cuando un cristiano peca, ¿cómo recibe el perdón? ¿Debe ser bautizado otra vez para el perdón de sus pecados? Según este pasaje, cuando un cristiano peca, se le manda a arrepentirse y orar por el perdón (1976, p. 327).

En otras palabras, Simón había sido convertido; ahora necesitaba ser restaurado. La primera ley del perdón (para el incrédulo) requiere que el pecador obedezca al Evangelio de Cristo (Hechos 2:38); la segunda ley del perdón (para el creyente) requiere que el pecador se arrepienta y ore por perdón (Hechos 8:22).

¡“DIOS NO PUEDE SER BURLADO” (GÁLATAS 6:7)!

El escritor del libro de Hebreos aseveró que “sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (11:6). A la luz de este enunciado, ¿cómo pudiera alguien sugerir que la persona que obedece un plan de salvación adulterado, o quien pretende obedecer los mandamientos mientras alberga una actitud deshonesta, realmente puede ser considerado parte de la familia cristiana? ¿Cómo pudiera sugerir que tal persona ha recibido el único bautismo de Efesios 4:5? ¿Cómo pudiera sugerir que tal persona solamente necesita orar a Dios por perdón para estar en armonía completa y perfecta con Dios? Si esto fuera verdad, ¡entonces Dios sí podría ser burlado, y la Biblia sería un libro de mentiras!

Ya que “sin fe es imposible agradar a Dios”, aquel que se acerca a Dios en el bautismo sin tal fe, no puede agradar a Dios—antes de su “bautismo”, durante su “bautismo” o después de su “bautismo”. Al entender su situación impenitente, esa persona debe ser bautizada para no seguir incurriendo en la ira de Dios (2 Tesalonicenses 1:6-10).

El bautismo no es simplemente un acto externo de sumersión, sino implica un acto interno de regeneración (Tito 3:4-5). Así como muchos hoy consideran el bautismo como un ritualismo externo que no tiene nada que ver en absoluto con la salvación, algunos en la iglesia del Señor han tomado la posición opuesta extrema al desligar el bautismo de su naturaleza interna conectada con la fe, y al promulgar su metodología externa como completamente suficiente para alcanzar la salvación—una posición paralela a la que el catolicismo ha sostenido por siglos.

¡Dios no puede ser burlado! El instruido puede burlar al instructor al hacerle creer que está obedeciendo a Dios de corazón, pero ¡él no puede burlar a Dios! Por otra parte, como una nota de advertencia para los maestros de la Biblia, ¡el instructor tampoco puede burlar a Dios! Es cierto que nadie puede cuestionar el corazón de alguien que declara creer en Dios y desea ser bautizado. En el fondo, el Señor es el que “pesa los corazones” (Proverbios 21:2), conoce “los corazones de todos” (Hechos 1:24) y “los secretos del corazón” (Salmos 44:21). Pero ¿qué debería hacer el maestro a quien la misma persona instruida declara, después de días, meses o tal vez años de remordimiento, que no obedeció genuinamente pero que ahora cree verdaderamente y desea obedecer a Dios bíblicamente? ¿Debería impedir el bautismo declarando que ya ha “cumplido su comisión”? ¿Debería lavarse las manos delante del pueblo y auto-declararse inocente de la sangre de tal persona (cf. Mateo 27:24)? ¡Absolutamente no! ¡Dios todavía no puede ser burlado—sea por el instruido o por el instructor, y Él demandará de nuestras manos la sangre de aquellos a quienes no hemos instruido adecuadamente (Ezequiel 3:18; 33:8)! “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Santiago 3:1).

El instructor puede hacer su parte, i.e., puede instruir correctamente en cuanto al plan de salvación para el perdón del alma pecadora—pero ¡eso no es suficiente! El instruido debe albergar una actitud firme, penitente y obediente ante los mandamientos de Dios para alcanzar la salvación. El instructor nunca tendrá la fe suficiente, la penitencia suficiente o la obediencia suficiente para salvar a un solo pecador; el pecador debe poseer tales actitudes nobles. La enseñanza del instructor nunca podrá ser tan suficiente, exacta y fidedigna como para validar el “bautismo” de alguien que careció de fe, arrepentimiento y confesión bíblica antes de su “bautismo”. A diferencia de la enseñanza errónea del catolicismo (Catecismo…, 2003, 1282), nadie puede salvarse por la fe de la iglesia, la fe del “Papa”, la fe de sus padres y desde luego, la fe del predicador.

CONCLUSIÓN

El tema del bautismo es muy importante. Es tan importante que las puertas de la iglesia (Juan 3:3-5; Hechos 2:41,47; 1 Corintios 12:13), de la salvación (Marcos 16:16; 1 Pedro 3:21), del perdón (Hechos 2:38) y de la vida nueva (Romanos 6:4) no se abrirán sin un entendimiento adecuado de su naturaleza. Una vez que el pecador entiende su necesidad espiritual, entiende la relación del bautismo con tal necesidad, y posee la fe necesaria para someterse a la voluntad de Dios, debe ser bautizado. El instructor debe instarle a no detenerse en su obediencia (Hechos 22:16). Después de todo, “¿Puede acaso alguno impedir el agua?” (Hechos 10:47).

Referencias

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