El Papa, el Papado y la Biblia

George H. Bush dijo de él: “Cuando estás en su presencia dices para tus adentros: ‘He aquí un gran hombre, un verdadero líder’. Es un hombre de libertad, de fe, que sufre siempre que la Iglesia, o el hombre, es oprimido. Ocupará, con todo derecho, un puesto de privilegio en la historia de nuestro tiempo. Yo no soy católico, pero siento hacia él un profundísimo respeto y un sincero afecto” (citado en Mirás, s.d.).

¿De quién estuvo hablando el antiguo presidente de los Estados Unidos? Su comentario fue con referencia al fallecido Karol Wojtyla, conocido comúnmente como el Papa Juan Pablo II. Habiendo sido considerado por 26 años como el “sucesor del apóstol Pedro”, y habiendo sido el supuesto heredero de un legado jerárquico interminable, Juan Pablo II influenció los corazones de muchos católicos, como también de muchos otros religiosos. A su partida de esta vida, miles de adeptos se reunieron en la plaza de San Pedro en Roma para pagar tributo al pontífice, mientras las campanas de los edificios católicos por toda la ciudad comenzaban a tañer (vea “Papa Juan…”, 2005). Incluso el presidente de los Estados Unidos durante la muerte de Juan Pablo II, declaró:

[E]l mundo ha perdido a un campeón de la libertad humana, y un siervo de Dios fiel y bueno ha sido llamado a casa… El Papa Juan Pablo II dejó el trono de San Pedro en la misma manera que ascendió a él—como un testimonio a la dignidad de la vida humana (“Declaración…”, 2005, énfasis añadido).

Juan Pablo II fue el integrante por muchos años del trono monopolizado de la Iglesia Católica—el papado. Pero ¿qué es el papado? ¿Existe alguna base escritural para esta institución católica? ¿Designó Dios un legado de “jefes eclesiásticos” en la Tierra?

Independientemente de lo que opine la gente acerca de esta institución o de sus integrantes, e independientemente de los elogios, bendiciones, insultos o condenaciones que la gente religiosa pueda ofrecer en cuanto a esta orden eclesiástica, debemos abrir las páginas de la Biblia, así como las páginas de la historia, para analizar si el papado (con su larga lista de miembros) es una institución divina o simplemente una creación humana no digna del tipo de honra que se le concede.

LA SUPUESTA BASE BÍBLICA PARA EL PAPADO

Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella (Mateo 16:18).

Este es el versículo bíblico al que acude rápidamente el apologista católico para defender el establecimiento del papado. Por medio de una interpretación arbitraria de este versículo—una interpretación que sugiere que Jesús escogió a Pedro, y finalmente a sus “sucesores”, para ser la “roca” (fundación) de la iglesia—la Iglesia Católica ha construido una estructura grandiosa con un solo hombre a la cabeza.

No obstante, para ser consistentes con la verdad bíblica, debemos entender la diferencia entre los dos términos que Mateo 16:18 registra. Con relación a Pedro, el Espíritu Santo registró el término griego petros—“una piedra que se pueda arrojar o mover con facilidad” (Vine, 1999, 2:647). En contraste, con relación a la “roca”, el Espíritu Santo registró el término griego petra, el cual denota una masa de roca sólida (Vine, 2:647,663). Además, estos dos términos tienen un género distinto; el término petros es masculino, mientras que el término petra es femenino (vea Boles, 1999, p. 264; Coffman, 1984, p. 248). Por tanto, petros hace referencia al nombre arameo que Jesús dio a Pedro (Kepha, Juan 1:42), mientras que el término “roca” (petra) hace referencia al fundamento mismo de la iglesia, i.e, la verdad que Jesús es el Hijo de Dios y el Mesías (cf. Mateo 16:16).

El hecho bíblico que el término “roca” se usó con referencia a Cristo mismo no se concluye solamente por la etimología y el contexto inmediato de Mateo 16:18, sino es una verdad que se difunde a través de toda la Biblia. Pedro, quien recibió las palabras de Jesús de primera mano, empleó el término griego petra con referencia a Cristo (1 Pedro 2:8, cf. Hechos 4:11). Sin duda, Pedro, más que cualquier otro religioso de nuestro tiempo moderno, pudiera garantizar el significado puro del término que Mateo 16:18 usa.

El inspirado apóstol Pablo dijo a los hermanos en Corinto que los israelitas en el desierto “bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca (petra) espiritual que los seguía, y la roca (petra) era Cristo” (1 Corintios 10:4). ¿Qué enunciado más claro se necesita? Desde el Antiguo Testamento, la “roca” hacía referencia a Cristo, no a Pedro. En Efesios 2:20, Pablo exhortó: “[E]dificados sobre el fundamento de los apóstoles, y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (énfasis añadido).

En Lucas 20:17 (después de Su parábola de los labradores malvados), Jesús citó las palabras del Salmo 118:22, las cuales le describen como la “piedra viva”. Él continuó y dijo, “Todo el que cayere sobre aquella piedra será quebrantado; mas sobre quien ella cayere, le desmenuzará” (20:18; cf. Mateo 21:42,44; Marcos 12:10). Sus comentarios se dirigieron a la gente judía, particularmente a los sumos sacerdotes y escribas que mostraron desdén hacia los enviados de Dios, incluyendo al Mesías. Estos líderes religiosos “entendieron que Jesús hablaba de ellos” (Mateo 21:45), y que se estaba refiriendo a Sí mismo como la piedra principal que desmenuzaría a los que no creían en Él.

Otro aspecto que se debe considerar es el cumplimiento de la profecía que Jesús dio. Él dijo: “[S]obre esta roca edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Si la “roca” hacía referencia a la confesión que Pedro hizo concerniente a la verdad que Jesús era el Hijo de Dios y el Mesías esperado (Mateo 16:16), entonces sería sobre esa verdad que la iglesia llegaría a ser edificada. En efecto, esta profecía halla su cumplimiento exacto cuando aprendemos que en Hechos 2:36 se presenta la deidad y el mesiazgo de Jesús como prólogo al nacimiento del cristianismo y la iglesia. Lo cierto es que no existe nada en Mateo 16:18 que implique el establecimiento de algún papado sobre la iglesia.

Finalmente, se debe señalar que la idea (nacida por tradición) que Pedro fue exaltado sobre los demás apóstoles—y por ende fue el pionero del trono papal—no se puede sostener bíblicamente. Jesús invistió a Sus apóstoles con la misma autoridad (Mateo 28:18-19). En una ocasión, cuando los apóstoles del Señor disputaban sobre quién de ellos sería el mayor, Jesús les dio un mensaje claro: “Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas,…mas no así vosotros” (Lucas 22:24-26, énfasis añadido; cf. Mateo 18:1-5; Marcos 9:33-37; Lucas 9:46-48). En una segunda ocasión, Jesús les dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas… Mas entre vosotros no será así” (Mateo 20:25-26, énfasis añadido). Tristemente, existen aquellos hoy en día que se esfuerzan por exaltar a Pedro sobre los demás apóstoles, ¡incluso cuando Jesús dijo que no sería así!

Pedro fue un apóstol como los demás apóstoles (2 Corintios 11:5; 12:11), y un hombre como los demás hombres (conllevando la palabra “hombre” implicaciones serias). Como hombre, Pedro nunca exigió algún trato especial o demandó muestras de adoración. Cuando Cornelio se postró delante de Pedro (cf. Hechos 10:25), el apóstol le dijo: “Ponte de pie, que sólo soy un hombre como tú” (Hechos 10:26, NVI). Con esta declaración Pedro implicó tres puntos muy importantes: (a) que él era “un hombre como tú”—es decir, un hombre igual a Cornelio; (b) que él era “un hombre”—es decir, como todos los hombres; y (c) que él era “un hombre”—es decir, que no era Dios—y por ende, no merecía adoración.

Pedro aceptó con toda humildad las implicaciones de su naturaleza humana. Por otro lado, los papas, siendo solamente hombres como Pedro, esperan que las multitudes se arrodillen delante de ellos, besen sus pies, se inclinen y les hagan reverencia—recibiendo así la honra que no les corresponde. ¡Qué diferencia tan grande entre Pedro y sus supuestos sucesores! Ni siquiera los ángeles de Dios permiten que los hombres les demuestren adoración al arrodillarse delante de ellos (Apocalipsis 19:10; 22:8-9). ¡Solamente se puede quedar pasmado al considerar la gran osadía de alguien que usurpa el lugar que corresponde a Dios!

EL ORIGEN DEL PAPADO

Ya que la Biblia no enseña que Pedro fue el primer papa, sino que fue solamente un apóstol de Jesús, surge la pregunta: ¿Cuándo y cómo se originó el papado?

Cuando Cristo estableció Su iglesia en el primer siglo (ca. 30 d.C.; cf. Hechos 2), “constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores [i.e., obispos o ancianos] y maestros” (Efesios 4:11). Jesús nunca estableció a un obispo sobre otros, sino estableció una orden ecuánime de servicio. Sin embargo, el hombre se desvió del patrón original bíblico en busca de poder, honra y deificación. El primer indicio de esta deserción fue la distinción que se hizo entre los términos “obispos”, “ancianos” y “pastores”—títulos que los escritores del Nuevo Testamento usaron intercambiablemente (e.g., Hechos 20:17,28; Tito 1:5,7; 1 Pedro 5:1-4). Se le dio más preeminencia al título “Obispo”, y se lo aplicó a un solo hombre a quien se le otorgó autoridad absoluta sobre la congregación local, a diferencia que en el tiempo apostólico (cf. Hechos 14:23; 15:4; 20:17; Tito 1:5; Santiago 5:14). Luego el “Obispo” llegó a gobernar no solamente en una congregación, sino en una “diócesis” (varias congregaciones de un distrito o una ciudad completa) [vea Miller y Stevens, 1969, 44].

Uno de los personajes que se aferró a la unidad de la iglesia por un solo hombre (i.e., el “Obispo”) fue Ignacio de Antioquía. En su Epístola a los Efesios, escribió:

Ya que en este periodo breve de tiempo he gozado de tal comunión con vuestro obispo—que no fue de una naturaleza humana sino espiritual—cuánto más considero bienaventurados a vosotros que estáis unidos a él como la Iglesia está unida a Cristo, y como Jesucristo al Padre, ¡para que todas las cosas puedan armonizar en unidad!... Por tanto, guardaos de no oponeros al obispo, para que así estéis sujetos a Dios (Roberts y Donaldson, 1973, 1:51).

Más tarde, con la influencia de Constantino que hizo del cristianismo una religión de “poder”, los obispos afianzaron e incrementaron sus prerrogativas. Muchos nuevos obispos (e.g., Dámaso, Siricio) lucharon por afirmar su posición jerárquica en la iglesia en Roma apelando a la “autoridad inherente” en su cátedra. En 440, León I llegó al pontificado. Él se convirtió en un defensor ardiente de la supremacía del obispo de Roma sobre todos los demás obispos de Occidente. En su declaración al obispo de Constantinopla, dijo:

Constantinopla tiene su propia gloria, y por la misericordia de Dios ha llegado a ser el asiento del imperio. Pero los asuntos seculares se basan en una cosa, y los asuntos eclesiásticos en otra cosa. Nada permanecerá que no esté establecido sobre la Roca que el Señor ha puesto en la fundación... Tu ciudad es real pero no la puedes hacer Apostólica (Mattox, 1961, pp. 139-140).

A mediados de septiembre de 590, Gregorio el Grande fue constituido obispo de Roma. Él se proclamó “Papa” y “Cabeza de la Iglesia Universal”. Para el final de su pontificado, la teoría de la primacía de Pedro y del obispo de Roma como su sucesor se estableció firmemente. Finalmente, con la aparición de Bonifacio III en el trono papal en 607, el papado romano llegó a aceptarse universalmente. Bonifacio III vivió solamente unos pocos meses después de su elección. Él dejo al mundo católico con muchos otros obispos que compitieron enérgicamente en la “carrera interminable por supremacía”.

LA SUPUESTA INFALIBILIDAD DEL PAPADO

Una de las doctrinas más atesoradas del papado romano es la infalibilidad. “Infalibilidad” quiere decir que el papa no se equivoca (o no debería equivocarse) en asuntos espirituales. El catolicismo argumenta que cuando el papa habla como jefe de la iglesia universal, ejerciendo su autoridad “suprema”, no puede equivocarse.

El Papa Pío IX estableció este dogma en 1870. A la luz de la aparición reciente de esta doctrina, surge la pregunta, ¿Qué hay de los demás papas que ejercieron el poder antes de 1870? Los líderes católicos declaran que la Iglesia Católica no crea nuevos dogmas, sino propone verdades eternas que el “depósito de fe” ya contiene (vea “Iglesia…”, 1892, 8:772; Dixon, 1852, p. 197). Por tanto, se puede decir que todos los papas han estado sujetos a la “infalibilidad” sin saberlo.

La historia milita en contra de esta doctrina. Por ejemplo, el Papa Honorio I (625-638 d.C.) fue considerado “hereje” por muchos años después de su muerte por apoyar la doctrina monotelista (doctrina que admite dos naturalezas en Cristo, pero solo una voluntad divina). El Tercer Concilio de Constantinopla en 680 censuró a Honorio (vea “Honorio I”, 2001). Otros papas, como Pablo III, Pablo IV, Sixto IV, Pío IX, et.al., autorizaron, promovieron, incitaron y reforzaron la “Santa” Inquisición por la cual el fallecido Papa Juan Pablo II ha tenido que pedir perdón mundialmente.

El mismo Juan Pablo II (1978-2005) ha dado un golpe mortal a la doctrina de la infalibilidad. En oposición a las declaraciones de otros papas y a la misma doctrina católica, este papa declaró:

  • El Espíritu de Cristo usa otras iglesias y comunidades eclesiásticas como medio de salvación (1979, 4.32).
  • La gente fuera de la Iglesia Católica y el Evangelio puede obtener salvación por la gracia de Cristo (1990, 1.10).
  • La gente puede salvarse al vivir una vida moral buena, sin conocer nada acerca de Cristo y la Iglesia Católica (1993, 3).
  • Existe santificación fuera de los límites de la Iglesia Católica (1995, 1.12).
  • Los mártires de cualquier comunidad religiosa pueden encontrar la gracia extraordinaria del Espíritu Santo (1995, 3.84).

Además, en cuanto al concepto erróneo de la evolución orgánica, el Papa Juan Pablo II declaró el 22 de octubre de 1996 que “el conocimiento reciente ha guiado al reconocimiento de la teoría de la evolución como más que una hipótesis” (Juan Pablo II, 1996). Pero si se debe considerar la evolución como más que simplemente una hipótesis, ¡Adán desaparece! En el fondo, ¿se pudiera decir, como los católicos alegan, que la humanidad porta el pecado del primer hombre? En cambio, ¿no se debería decir que la humanidad porta el “pecado” del último primate del que “desciende” (¡como si los primates pudieran pecar!)?

Se pudiera ofrecer otros ejemplos, pero los citados anteriormente son suficientes para descartar el dogma católico de la infalibilidad. Ciertamente, la doctrina de la infalibilidad papal ha causado, y continúa causando, que muchos acepten otras doctrinas falsas como el pecado original, la Asunción de María, la canonización de los santos, la “factualidad” de la evolución e incluso la misma infalibilidad papal—doctrinas que carecen completamente de todo fundamento bíblico.

Al analizar parte de la supuesta historia infalible de los papas, podemos llegar solamente a la conclusión que Adriano VI (otro papa supuestamente infalible) llegó en el siglo XVI: “El papa puede errar en cuanto a la fe” (McClintock y Strong, 1867-1880, 1:83).

CONCLUSIÓN

Solo existe una Cabeza sobre la iglesia (Cristo—Efesios 1:22-23). Así también, solo existe una “roca” como fundación de la iglesia (Cristo—1 Corintios 3:11). Adoptar otra “roca” diferente a Cristo, es edificar sobre una fundación humana inestable que un día colapsará. Aceptar una “roca” diferente a Cristo, es usurpar Su rol dado por Dios como Cabeza de la Iglesia que adquirió por Su propia sangre (Hechos 20:28). Pablo testificó: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11, énfasis añadido).

[Nota: Para un estudio adicional en cuanto a la doctrina católica, lea Lo que la Biblia Dice acerca de la Iglesia Católica].

Referencias

Boles, H. Leo (1999), Comentarios del Nuevo Testamento: Mateo (Nashville, TN: Gospel Advocate).

Coffman, James (1984), Comentario sobre el Evangelio de Mateo [Commentary on the Gospel of Matthew] (Abilene, TX: ACU Press).

“Declaración del Presidente sobre la Muerte del Papa Juan Pablo II” [“President’s Statement on the Death of Pope John Paul II”] (2005), La Casa Blanca, http://www.whitehouse.gov/news/releases/2005/04/20050402-4.html.

Dixon, Joseph (1852), Una Introducción General a las Sagradas Escrituras [A General Introduction to the Sacred Scriptures] (Baltimore: John Murphy).

“Honorio I” [“Honorius I”] (2001), Enciclopedia Encarta 2002 [Encarta Encyclopedia 2002] (Redmond, WA: Microsoft Corporation).

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Mirás, Eduardo (sine data), “¿Qué Dicen de Juan Pablo II?: George Bush”, Aciprensa, http://www.aciprensa.com/juanpabloii/dicenjp.htm.

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